Yo, Frankenstein viene de la mano de Kevin Grevioux, uno de los creadores de Underworld. Considerando que lo único interesante que tenía dicha saga era ver a Kate Beckinsale en uniforme de cuero, resulta difícil verle el atractivo a una propuesta como ésta, más cuando tiene a Aaron Eckhart a la cabeza. Eckhart será muy buen actor pero como estrella de acción va muerto en la taquilla, siendo su anterior visita al género la repudiada Invasión del Mundo: Batalla: Los Angeles. La otra contra es que tanto el trailer como los posters hacen presagiar que ésto será otro bodrio al estilo de Van Helsing - en donde se toma un puñado de monstruos clásicos, se los recarga de esteroides, y se los recicla como una disparatada aventura de superheroes góticos saturada de efectos especiales y piruetas estúpidas -, lo cual es una idea que difícilmente me seduzca.
Las buenas nuevas es que Yo, Frankenstein es superior a Van Helsing. El ritmo no es frenético, las peleas se dejan ver, y hasta la trama tiene un par de ideas interesantes. Acá el punto es que hay una batalla secreta librada desde el principio de los tiempos entre demonios y ángeles (bah, éstos ahora se camuflan como las gárgolas que aparecen en los techos de los iglesias medievales), en donde el factor que puede desequilibrar la guerra es la presencia de la misma criatura creada por Victor Frankenstein. Como es un un ser inmortal, tremendamente poderoso y, sobre todo, carente de alma - a final de cuentas, es una abominación creada por la mano del hombre a partir de pedazos de cadáveres -, el secreto de su elaboración serviría para que los malignos puedan revivir a una horda de demonios caídos en la batalla mileniaria, lo cual les daría una aplastante ventaja numérica que serviría para exterminar a las gárgolas y apoderarse del planeta. Y mientras ángeles y demonios ven como una rareza a la criatura - no pertenece a ningún genero del cual tengan registro -, por otra parte el monstruo tiene bastantes oportunidades para reflexionar sobre su propia naturaleza, generando alguna que otra conclusión interesante.
Mientras que todo esto suena prometedor - o al menos, debería dar por resultado una película siquiera potable -, toda la premisa termina por implosionar cuando uno empieza a ver la puesta en escena. No sólo hay decisiones artísticas cuestionables sino que los agujeros de lógica son gigantescos como la Vía Láctea. Mientras que la trama hubiera resultado tolerable si la mantenían en la época victoriana - un siglo XIX sin tecnología y en donde la humanidad era temerosa de lo sobrenatural, amén de carecer de explicaciones para muchísimos fenómenos fuera de lo común -, el equipo creativo decide trasladar la historia a la época actual (básicamente para reducir costos, así no gastaban en decorados o trajes antiguos), lo termina siendo una decisión tremendamente estúpida que se nota a medida que transcurre la película. Que un tipo deforme, sucio, lleno de cicatrices y con la piel de todos los colores pueda deambular por ahí sin que nadie le pida siquiera documentos es algo absurdo (bah, algo así ocurre con frecuencia en el Gran Buenos Aires, pero la acción aquí está ambientada en alguna ignota ciudad europea al estilo de Paris o Viena), eso sin contar con las masivas batallas aéreas que ocurren a medianoche entre ángeles y demonios, las cuales abundan en fuegos artificiales - cada vez que liquidan a un ser sobrenatural, éste explota como si llevara una bomba atómica en su interior -, generando un cielo inundado de fogonazos de tal magnitud que sólo podrían pasar desapercibidos si todos los habitantes de la ciudad fueran ciegos y sordos. Al menos Cazadores de Sombras: Ciudad de Huesos ponía la excusa que las luchas entre seres sobrenaturales transcurrían en otra dimensión invisible para los ojos humanos, pero acá ni siquiera se han calentado en poner alguna explicación semejante.
Las batallas aéreas no son el único problema de Yo, Frankenstein. La reina Leonore - una envejecida Miranda Otto - es una máquina de cambiar de opinión (en un momento se compadece de la suerte de la criatura y en otra desea achurarlo sin el menor de los miramientos), amén de protagonizar una suerte de ridículo bautismo instantáneo en donde le da un nombre al monstruo, y éste comienza a usarlo a los cinco segundos como si se tratara del apodo de toda la vida (ok: "Adán" figura en el texto original de Mary Shelley, pero aquí la escena está tan mal compaginada que resulta horrenda). Tenemos gárgolas de todo tipo - japoneses, latinos, y hasta un modelo marine, interpretado por Jai "hijo de John McClane" Courtney -, las cuales viven en una gigantesca catedral emplazada en medio de la ciudad, la cual está a cargo de nadie (siquiera un sacerdote). Bah, en realidad uno de los problemas principales del filme es que tanto la ciudad como los seres humanos parecen decorados de cartón pintado, ya que nadie investiga o siquiera protesta por todo el bardo que generan las masivas peleas entre las fuerzas del bien y del mal, las cuales pueden poblar los techos de los edificios de a miles, destrozar una docena de autos sin más, o dejar un agujero de 3 kilómetros de ancho (y miles de profundidad) en medio de la metrópoli.
Lo que ocurre es que la trama de Yo, Frankenstein empieza a lastrarse por una tonelada de bobadas monumentales generadas por un libreto lobotomizado. Mientras que la película está bien filmada - gracias a Stuart Beattie, el mismo de la excelente Mañana, Cuando la Guerra Comience -, por otra parte el mismo Beattie se dispara en los pies como guionista. Aquí hay enormes problemas de lógica y el libreto no se da maña para emparcharlas con algún tipo de excusa (y miren que había maneras económicas de arreglarlo). Al hacer el balance entre buena dirección y pésimo libreto, uno llega a la conclusión de que Beattie es un artesano superior al material que debía tratar, pero que terminó siendo sometido por los divismos del autor Kevin Grevioux (quien aquí actúa, produce y coescribe el libreto, amén de ser el responsable de la novela gráfica original), el cual debió considerar que lo suyo es poco menos que la palabra divina revelada y no dejó implementar cambios que resultaban desesperadamente necesarios.
Yo no le pegaría tan duro a Yo, Frankenstein. Es una película hueca y bastante entretenida, plagada de pifias monumentales y alguno que otro personaje molesto. Oh, sí, ver a un Frankenstein ninja peleando con hachas exóticas y luciendo un perfecto corte de pelo no es lo que se dice creible (imaginen al monstruo de Boris Karloff en semejantes escenas y verán lo que les digo), y desde ya que mata todo el contenido serio y trágico del libro original en favor de una intentona fracasada de crear una franquicia cinematográfica a partir de un personaje harto conocido; pero al menos tiene cierto ritmo que no aburre, y la historia en sí no termina de ser dañina al cerebro. Es por ello que prefiero perdonarle la vida y calificarla como mediocre, ya que los responsables de esto pusieron ganas pero les faltaron neuronas.