Frankenstein se enfrenta a gárgolas y a demonios. Y se trinca a una rubia y salva la humanidad.
Esa es la premisa de esta última versión de Frankenstein, a cargo del ignoto Stuart Beattie, que amablemente nos regala una película que es una suerte de collage de distintos tipos de seres y su pelea épica por (cuándo no) conquistar/eliminar al mundo.
El monstruo de Frankenstein (llamado aquí Adam, interpretado por Aaron Eckhart) se debate entre su soledad y su integración con nosotros, los humanos. Se pasa unos 200 añitos indeciso y así es cómo queda atrapado en el medio de una batalla entre gárgolas y demonios.
Estamos en un futuro más o menos cercano (desconozco), en el que conviven tecnologías de última generación con castillos góticos, seres medievales y el centenario Adam. Pastiche nao tem fim.
Las gárgolas (sí, los pajarotes mitológicos de piedra en las cúpulas de las catedrales) pueden tomar la forma de animales de piedra voladores o de seres humanos, y están liderados por Leonore (Miranda Otto, que parece sentirse bastante cómoda con los personajes y los vestidos ajustados de doncella guerrera), que pareciera tener una relación un tanto particular con Adam y con su guerrero mano derecha, Guideon (el sexy y seriote Jai Courtney). Nadie descarta la posibilidad de un ménage a trois.
Para enfrentar a las gárgolas, producto de algún conflicto milenario (del cual no sabemos nada de nada), están los demonios, gobernados por Naberious (el gran Bill Nighy, que se hace el malo pero no le creemos; preferimos verlo cantar Love is all Around versión villancico disfrazado de Papá Noel), y que también pueden adoptar forma humana y demoníaca. (Cuando adoptan forma demoníaca, escupen una baba medio siniestra y se vomitan encima. Sensuale).
Adam aparece en medio de ambas tribus urbanas, como quién no quiere la cosa, así de casualidad, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y queda en medio de la contienda, que supone que los demonios necesitan de él para obtener el secreto de su existencia, y así revivir a varios sin-alma (los que no creen en Dios y cuya alma se encuentra en un limbo) y convertirlos en nuevos miembros de las legiones demoníacas.
A las gárgolas, los humanos les caemos bien, por eso nos defienden (al igual que Adam, pero por otro motivo al que ya llegaremos), pero a los demonios no les importamos nada y por eso quieren reemplazarnos por seres ateos sin alma. Un mundo sin religión, no suena nada mal.
Y así se lleva a cabo la gran guerra, que se cobra varias vidas, las cuales terminan yendo a lugares bien distintos: las gárgolas van derechito al Cielo, sin escalas, con un halo de luz que las acompaña (y parece que en el Cielo se coge porque una parejita de gárgolas se regocija porque mueren juntos y allí podrán consumar su amor); los demonios, en cambio, al ser heridos por cierta arma sagrada de las gárgolas, estallan en un bomba de fuego, que nunca quema a nadie que esté cerca, pero bueno, ponele.
Adam, al principio, no quiere saber nada con esta guerra porque él es único en su especie, no se identifica ni con uno ni con otro, ni con nos, los humanos. Es un emo, con “daddy issues” y problemitas de integración social. Pero ojo. En cierto momento conoce a una rubia muy linda y la historia cambia. De buenas a primeras, la humanidad le empieza a interesar a Adam, que ya no quiere a “su compañera que su creador Víctor le prometió”; ahora quiere a la rubia (es emo pero no boludo), a su alma gemela terrenal. Entonces pelea por ella y por nosotros.
Porque Adam es un Frankenstein bastante cicatrizado. Se nota que tiene bien las plaquetas porque cicatriza rápido. Es un monstruo hot. Las cicatrices no se le notan tanto (se lo ve incluso mejor que a Tom Cruise en Vanilla Sky), y parece que se mató en el gimnasio y con anabólicos y pegó alto lomo. Entonces la científica rubia (la que está dilucidando el misterio de la vida y la muerte para el demonio Naberious) se siente atraída por él, y la vemos nerviosa mientras le cose una herida a la espalda torneada de nuestro héroe. Le mira los abdominales, el culo duro que le marca el jean tiro bajo, los bíceps y los tríceps. Frankenstein está garchable.
Como no es difícil de imaginar, Frankenstein nos salva y se queda con la rubia, en una reversión más estéticamente correcta de la novia de Frankenstein. Y, como ahora también es nuestro salvador, nos habla, nos interpela, en una suerte de mensaje de autoayuda que reza algo así como: “todos elegimos nuestro destino, todos elegimos por qué pelear; estén atentos, porque yo hoy peleo por ustedes”. Siempre con expresión de malo, muy malo, impostada durante toda la película, en la que seguramente sea la mejor actuación de Eckhart de toda su carrera. Un nuevo superhéroe ha nacido.
En fin. Say no more.