Como su protagonista, la monstruosa creación del doctor Frankenstein aquí devenida héroe de acción, este segundo largometraje como director de Stuart Beattie es una historia sin corazón ni alma.
Cotizado guionista ( Piratas del Caribe, Colateral ), el realizador resume en los primeros dos minutos la historia original de Mary Shelley y, luego de una secuencia inicial ambientada en 1795, salta directamente un par de siglos hasta la actualidad, con el ya rebautizado Adam (Aaron Eckhart) en medio de una lucha entre fuerzas demoníacas lideradas por el cruel Naberius (Bill Nighy) y las angelicales Gárgolas encabezadas por la sabia reina Leonor (Miranda Otto).
Los productores de la saga de Inframundo tratan de reciclar los principales aspectos de aquella franquicia, pero este film luce moribundo ya desde los primeros instantes. Beattie -que escribió el guión a partir de una novela gráfica de Kevin Grevioux- intenta reanimarlo con un despliegue de vertiginosos movimientos de cámara, (sobre)abundancia de efectos visuales con estética gótica y golpes de efecto pensados para su visión en salas 3D. El resultado es precisamente el contrario, ya que ese shock artificial de adrenalina abruma y aburre más de lo que impacta.
Con una narración en voz siempre solemne, música ampulosa, actuaciones mediocres (buenos intérpretes como Eckhart, Nighy y Otto hacen enormes esfuerzos por sobrellevar los torpes materiales que les tocan en desgracia) y una puesta en escena que pocas veces adquiere rigor y sentido, los escasos 92 minutos se estiran como un chicle que nunca tuvo sabor. Un triste regreso al cine de un personaje emblemático de la literatura fantástica.