Llámeselo culpa de la modernidad, del estilo de cultura estadounidense, o simplemente falta de creatividad para crear historias nuevas; el espectador tuvo que acostumbrarse de acá en unos años atrás a todo tipo de anacronismos, extrapolaciones estéticas de personajes o historias populares a los modos del hoy día.
Más si pensamos que la nueva moda del cine de acción y aventuras es adaptar comics o novelas gráficas de cierto éxito; esto es lo que sucedió con 300 (de inminente secuela), Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros, la aún en cartel 47 Ronin; y es el caso de Yo, Frankenstein que posee de la novela de Mary Shelley poco más que el nombre del Doctor que figura en el título.
Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux (co-autor del guión junto a Stuart Beattie el también director), la historia, contada en una suerte de primera persona, comienza luego del asesinato del Doctor Frankenstein a manos de su creación, que ahora se llama Adam (Aarón Eckhart) en busca de venganza por todo el sufrimiento que le hizo padecer.
Pero ahí nomás interrumpen en la acción unos guerreros que se transforman en gárgolas protectores y están interesados en “la criatura”. En realidad nos cuentan que desde épocas ancestrales las gárgolas protegen a la humanidad del intento de dominación de los demonios (que también se transforman humanos pero trajeados); y Adam es el botín preciado.
Naberious (Bill Nighy), príncipe de los demonios descubrió cómo poseer un cuerpo humano, pero tiene que ser un cuerpo sin alma; por eso la invención de Victor Frankenstein, junto al Diario de anotaciones en el que detalla cómo llevar a cabo el proceso de resurrección de un muerto, es tan valioso.
Quiere crear un ejército de no muertos poseídos por el demonio para dominar el mundo... claro que Leonore, reina de las gárgolas (Miranda Otto), tratrá de impedirlo protegiendo, o en todo caso asesinando, a Adam que ya no es más un gigante que no sabe moverse sino que se convirtió en todo un guerrero de armas tomar.
Lo dicho, no hay ningún tipo de referencia a la obra El Moderno Prometeo, como así tampoco a la iconograía de la historia adoptada de los clásicos de la Universal. Adam es un ser creado con retazos de varios humanos (que encajan a la perfección salvo algunas cicatrices no muy notorias) y vuelto a la vida como un hombre capaz de desarrollar músculos. Para los propósitos de esta historia pareciera que no variaría si habláramos de cualquier afectado con un virus de “muerto vivo”.
No son muchas las sorpresas que ofrece Stuart Baettie en su segunda película como director, y más acostumbrado a la escritura de guiones para tanques plagados de FX’s como este. Un argumento destinado a un público joven que desconoce todo antecedente, y aún así posee fisuras indisimulables; un impacto visual que a esta altura ya no sorprende; un incomprensible paso a la actualidad de la acción; y un puñado de actores de renombre en plan recaudación.
Es un estilo de cine que se consume a sí mismo, que tiene seguidores fieles sin demasiadas exigencias, y que en base a un montaje videoclipero y música que no culmina nunca, intenta tapar los varios defectos que con un poco más de detalle y apego a las fuentes hubiese determinado un mejor destino.