El mito que se fue al demonio
Yo, Frankenstein cumple con todos las requisitos que se le exigen hoy en día a una de Hollywood. Historia del género fantasy basada en un comic, retoma un mito clásico para llevarlo al mismísimo demonio, tiene a un superhéroe por protagonista (la criatura inventada por el Dr. Frankenstein no sólo es aquí un forzudo, sino que goza de algunos poderes especiales), suma combates que parecen coreografiados por un descastado del Bolshoi, hace mucho ruido y, sobre todo, en las escenas culminantes se las ingenia para que se disparen unos fuegos artificiales que entretengan a la afición. Sin embargo, es difícil decir que es mala: si se aceptan esos presupuestos, habrá que convenir que durante hora y media (un acierto, la duración) el relato avanza.
La criatura mantiene, del modelo clásico, el carácter solitario, culposo y torturado. Aquí no mata sin querer a una niña, pero sí a un ser inocente, lo cual lo lleva a un exilio que terminará en el mundo contemporáneo (uno de sus dones es el de la eternidad, lo cual da pie a un final en el que la saga amenaza con seguir eternamente). En algún momento cruza su camino con unos seres al servicio del bien llamados gárgolas, que para más datos viven en una iglesia (son las gárgolas del gótico edificio, que cobran vida) y, claro, su opuesto, unos demonios que sirven a Naberius, que a pesar de su nombre que mueve a cargada es el mismísimo Príncipe de la Noche. El contrario de Naberius es la princesa Leonore (la australiana Miranda Otto), más buena que un ángel. Y por si hacía falta, invocando a Dios cada dos por tres y poniéndole de nombre Adán a la criatura sin nombre. O sea, la eterna batalla entre Dios y el Diablo, pero en una tierra sin sol, sino pura oscuridad.
Todo está absolutamente “puesto”: el dueño de un laboratorio (el encantador Bill Nighy, haciendo aquí un papel poco encantador) que busca la fórmula para dar vida a la carne muerta, con la intención de revivir a todos los demonios caídos en combate y armar con ellos un verdadero ejército de la noche; el bombón rubio que trabaja a su servicio, que se llama ¡Terra! (la también australiana Yvonne Strahovski), y que en cuanto lo ve a Adán se le caen los tubos de ensayo; el secuestro de la reina Leonore; el libro que dejó escrito el Dr. Frankenstein y que no debe llegar a manos de Naberius, etcétera. Lo más sorprendente es que ese actor magnífico que es Aaron Eckhart se ve que se cansó de actuar en películas como Gracias por fumar y Sin reservas y se dijo “Ma’sí, yo me pongo a hacer fierros, me vengo forzudo y me paso al otro equipo”. Aquí hace de la criatura más musculosa de la historia, ostentando un six pack que hasta Vin Diesel le envidiará. Lo que son las cosas.