Monstruo pochoclero
Agarremos el “monstruo” de la famosa novela de Marie Shelley (Frankenstein o el moderno Prometeo), expongamos su historia brevemente en los dos minutos iniciales, saquémoslo de contexto, hagámoslo inmortal, llevémoslo 200 años adelante en el tiempo, a la actualidad, y ubiquémoslo dentro de una historia que no tiene absolutamente nada que ver con la original.
Pasemos totalmente por alto que la novela original estuviera ambientada en un contexto realista. Olvidemos todas las críticas que esta hacía a los “avances” de la ciencia, al sentimiento de omnipotencia humana y todas las discusiones de bioética que allí se presentan. Y ni hablar de la crítica a la superficialidad humana y a sólo dejarse llevar por las apariencias exteriores, ¿para qué?
Sólo necesitaban a un personaje famoso, que les asegurara un poco de taquilla, para ubicarlo en una lucha entre demonios y gárgolas, estas últimas siendo representantes del “bien” y defensoras de los seres humanos. A lo largo de la historia han sido varias las interpretaciones de estos seres, siempre más cercanos a la representación del pecado y a lo demoníaco, que debía permanecer siempre fuera de las paredes sagradas de las iglesias. Sin embargo, aquí se optó por considerarlas guardianas de la humanidad, sin perder demasiado tiempo a los fundamentos, en oposición a los demonios malvados.
Así es que nos encontramos nuevamente frente a la típica historia yanqui de enfrentamiento entre buenos y malos, con un guión más que mediocre y predecible, que nada tiene que ver con el Frankenstein original ni con todas las versiones cinematográficas anteriores que existen.
Nuestro monstruo sin nombre será bautizado por una de las gárgolas como Adam: es que cómo iban a tener un protagonista anónimo, y qué más obvio que ponerle un nombre casi igual al del primer hombre según la cultura occidental. Pero al final, nuestro querido ser, vaya sorpresa, optará por llamarse con el apellido de su odiado creador: Frankenstein. Un poco contradictorio en un personaje que detestó hasta la muerte a su “padre” y se encargó de asesinar su esposa para su mayor sufrimiento. Pero bueno, evidentemente la lógica no abunda en esta película.
Ya nos había quedado claro hace tiempo que este tipo de producciones son expertas en grandes efectos, vestuarios y maquillajes monstruosos, pero evidentemente no pasa lo mismo con los guiones, que son cada vez más absurdos y mediocres.
Esta versión del clásico está inspirada en una historieta homónima de Kevin Grevioux, el célebre guionista de la saga de Inframundo, en esta oportunidad en colaboración con el guionista de otra saga pochoclera: Stuart Beattie, de Piratas del Caribe. Al parecer, se deben haber atragantado con tanto pochocho y se les terminó la creatividad.