Reciclaje, sin estilo
El clásico personaje de Mary Shelley vuelve, sin su aspecto monstruoso, en una película con una puesta digna de un videojuego.
Parece que la crisis no es sólo europea, la austeridad también llegó a Hollywood con un reciclaje de ideas y personajes que da miedo. Sino pregúntenle a Kevin Grevioux, la mente detrás de un filme que marcó a los jóvenes amantes del cine con tintes góticos, tapados largos, catedrales, cementerios.
No es El cuervo, tampoco Van Helsing, Blade o la Drácula de Francis Ford Coppola (vade retro), sino Inframundo (Underworld), que desde 2003 nos regaló cuatro películas repletas de oscuridad y la eterna lucha de hombres lobo vs. vampiros. Y los humanos como testigos de la crueldad. Nada nuevo, pero efectivo.
Pasó 2013 y la estela de ese filme protagonizado por Kate Beckinsale (la chupasangre Selene) se apagó. “¿Qué hago?”, habrá pensado Grevioux luego que su saga se quedó sin más trapos con hemoglobina por escurrir. Fue a lo fácil, recreó una especie de réplica de Inframundo mutada con la archiconocida novela de Mary Shelley, la proyectó 200 años después y, por si fuera poco, le sacó a Frankenstein todo el aspecto monstruoso que lo hizo famoso.
Así se gestó un súper humano inmortal, llamado Adán, que peregrina por una Tierra oscura para mitigar su dolor. ¿Lucha o se relaciona con licanos y úpires? No, las razas sobrenaturales fueron trocadas por -los buenos-, una orden de gárgolas que al morir ascienden al cielo, y -los malos-, un clan de demonios que al pasar a otra vida, descienden al averno. Original Kevin.
Frankenstein es Aaron Eckart, quien lejos de tener una mala actuación, se circunscribe a un papel entre egoísta y justiciero donde un libro explica su origen. Jamás sonreirá, ni ante la hermosa Yvonne Strahovski, en la piel de la científica Terra, única llave para que Adán conozca su génesis. Otro guiño a Inframundo es reciclar al actor Bill Naighy, en aquella saga como jefe de los vampiros, y ahora en la piel de Naberius, el Principe de las Tinieblas que busca multiplicar a sus súbditos infernales para dominar el mundo.
La puesta en escena de Yo, Frankenstein es digna de un videojuego en tercera persona, en donde las batallas virtuales parecen reflejadas dentro de una sombría estética del filme. Los personajes parecen funcionar bajo comando con logradas coreografías incluidas. Los efectos especiales, donde no faltan llamaradas ni armas bendecidas con símbolos, son los pocos destellos de una película para el olvido.
¿Qué pensará el mítico Boris Karloff o Robert De Niro (Mary Shelley’s Frankenstein) al ver esta aberración histórica? Volvé Selene, te perdonamos.