Yo maté a mi madre es un film que Dolan escribió a los 16 años (y rodó a los 19), que asume con honestidad su condición autobiográfica. Interpreta a un joven gay en constante conflicto con su madre, a la cual odia pero de la que no puede despegarse
La figura del canadiense Xavier Dolan fue un descubrimiento de Cannes (vieron que los festivales de cine servían para algo) que reconoció de buena manera a Yo maté a mi madre y también a Los amores imaginarios, su segundo film. Pero más allá de los logros y reconocimientos, lo que sorprende en Dolan es su edad, y esa edad puesta en abismo con la solidez de sus películas. Yo maté a mi madre es un film que escribió a los 16 años y que filmó a los 19 (actualmente tiene 22 y se encuentra rodando Laurence anyways), y que asume con honestidad su condición autobiográfica: allí interpreta a un joven gay en constante conflicto con su madre, a la cual odia pero de la que no puede despegarse definitivamente. El cine de Dolan es doloroso, cruel por momentos, pero no deja de lado el humor y el amor. Y todo esto, revitalizado por una narración enérgica, avasallante con esa desvergüenza que permite la juventud. Yo maté a mi madre es el borrador o el germen de algo que está por surgir, y que ya deja ver gran parte de su talento.
Pero Dolan no es solamente ese joven cineasta independiente que tiene como objetivo hacerse un nombre en el circuito festivalero y nadar en las aguas de la comodidad. O sí, pero no solamente eso. Dolan es actor y se lo ha visto en películas de terror como Martyrs, incluso protagonizó la comedia negra Good neighbours junto a estrellas como Jay Baruchel y Scott Speedman y ha sido la voz de Stan, personaje de la serie animada South Park, en la versión canadiense. Es decir, Dolan es un emergente de la cultura pop (algo que estalla sobremanera en Las mujeres imaginarias), que descree de los lugares consagrados o estancados de la altura cultura, para ensuciarse en los barros del submundo artístico. Un provocador que si bien recurre a lo autobiográfico, tiene la suficiente inteligencia para contaminar eso que cuenta con sus influencias, que en Yo maté a mi madre son claramente cassavetianas y en su segundo film son mucho más almodovorianas. Ese procedimiento hace que lo autobiográfico se justifique por medio de lo cinematográfico y no tanto por lo confesional, que las más de las veces es enemigo del cine.
Yo maté a mi madre es una historia de amor a dos puntas: la del propio director/protagonista con un joven y la del director/protagonista con su madre, una mujer por cierto bastante inútil. Ambas transitan por idas y vueltas que dejan en evidencia la inconsistencia emocional de Hubert (Dolan), quien intenta decodificar si el odio no es más que una de las partes del amor. El film se vale del melodrama y del drama indie, como así también de lo experimental, y si bien el tono puede ser intenso por momentos, con sus actuaciones deudoras del cine de John Cassavetes, Dolan nunca deja de lado el humor: un humor voluntario y buscado, o que surge de la crueldad con que su personaje reflexiona sobre el mundo. Si bien hay una mirada sobre la sexualidad y lo social, básicamente es la relación entre hijo y madre lo que conduce el relato. Ahora, Yo maté a mi madre tiene en su contra la increíble fascinación que genera la figura de Dolan, lo que hace que por momentos se exageren un poco sus logros. Poniéndola en perspectiva es un drama atendible, con personajes por demás ricos en matices, aunque el film gira en falso y se repite a la par de la inconsistencia de su protagonista adolescente (tengamos en cuenta que es la película escrita por un chico de 16 años). De todos modos es un cine vivo, potente, avasallante, que tiene la honestidad de reconocerse tal cual es. Generacional, Yo maté a mi madre es una película con el punto de vista puesto en la adolescencia, pero que reconoce todas sus fallas y taras. Como decíamos, una muy buena carta de presentación para un autor a tener en cuenta.