Una comedia artificial que apela a la ilustración audiovisual
Casi tres millones de espectadores en Francia, premios en la quincena de realizadores de Cannes 2013, gran ganadora de los premios César 2014 (derrotó a El hombre del lago y La vida de Adèle). Escrita, dirigida y protagonizada en los dos roles principales por Guillaume Gallienne, esta película parte de su unipersonal teatral autobiográfico. De esa forma comienza: con el propio Gallienne de la Comédie-Française como un personaje actor que está por actuar, por salir a escena. Y que comienza a contar su vida, sus sufrimientos desde la adolescencia, en sucesivos flashbacks que regresan al escenario. La traducción del título original debería ser "¡Guillaume y los chicos, a comer!", frase que usaba su madre y que obviamente hacía una diferencia perturbadora entre Guillaume y sus dos hermanos.
Pegado a su madre, Guillaume nos cuenta que la imitaba, la veneraba. Esta madre puesta en escena interpretada por él mismo no parecía ser digna de esa admiración y emulación: vulgar, distante, poco comprensiva, con poca cintura, poco paciente. La película cuenta las tribulaciones de Guillaume acerca de su sexualidad y también cuenta la mirada de su familia, de sus compañeros de colegio y de otra gente sobre él y su orientación sexual. Y elige formas teatrales: la convención de usar un actor de cuarenta años para interpretar a un adolescente (Guillaume siempre es Gallienne), el vistoso disfraz interpretativo de madre, el gesto enfático (el segundo médico militar es un ejemplo de interjecciones, resoplidos y subrayados faciales que no pertenecen al cine). Para reforzar, hay planos que intentan pasar por cinematográficos y descubrir en un movimiento lo que está fuera de campo, pero son completamente anticipables (el psicólogo que duerme, por ejemplo). El planteo artificial de esta película se combina con una férrea idea de narración unívoca: nuestra mirada es dirigida en general al centro del plano y al centro del sentido (con mucha estereotipia, que es otra manera de fijar, centrar y vulgarizar). De esa forma se anula la posibilidad de que el humor surja de forma inesperada y de que haya fuga alguna de sentido más allá del cauce psicoanalítico más programático. Todo se dice, todo se aclara, todo se verbaliza a veces con extensos tartamudeos y el estereotipo es usado como forma de simplificar, como algo prefabricado sin potencial.
La película respira y se revitaliza cuando el montaje se organiza musicalmente (con "We are the Champions", de Queen, cantada por un coro; con "Don't Leave Me Now", de Supertramp) porque ahí el artificio general cobra sentido, encarna una forma que lo potencia. Y mejora notoriamente cuando llega al final, en el que el gesto actoral deja de estar exacerbado porque la resolución lo repele. Muchas críticas y hasta resúmenes cuentan la base de esa resolución. No se hará aquí. Sí se dirá aquí que Yo, mi mamá y yo es otro de esos casos muy celebrados, como se ha indicado al principio de este texto de confusión de cine con ilustración audiovisual psicoanalítica. Y que aparece Françoise Fabian, la protagonista de Mi noche con Maud, de Eric Rohmer.