Como los psicoanalistas franceses han insistido una y otra vez, la tarea fundamental para cualquier sujeto pasa siempre por entender su deseo y, eventualmente, responder a él. La multipremiada ópera prima de Guillaume Gallienne, escrita, dirigida e interpretada por él, incluso adaptada al cine desde su versión teatral, resulta una ilustración didáctica de una tesis que conocen los seguidores de Lacan: el deseo es siempre el deseo de otro.
La fórmula parisina de los creyentes del diván suena críptica, pero Yo, mi mamá y yo explica y escenifica el concepto de principio a fin. Esencialmente popular, solamente puede resultar confusa por su narración no lineal. El relato ligeramente autobiográfico de Gallienne va de un episodio a otro sin seguir una cronología, lo que no impide que se entienda cómo la mirada de los otros y el concomitante modo de ser nombrado constituye una forma de interpretarse. Es por eso que, en menos de un minuto, el protagonista puede estar en Inglaterra ahogándose en una pileta y aparecer luego en su casa. Todo lo que vemos son los recuerdos que se reúnen en una representación teatral (inicial) en la que Guillaume cuenta su historia.
La sustancia de la historia no es otra cosa que el esfuerzo por esclarecer su identidad sexual. El título original (Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!) remite a su lugar simbólico imaginado por la familia. Gallienne no sólo se interpreta a sí mismo sino a su propia madre, una decisión clave de puesta que tiene una resolución precisa, sorprendente. La mímesis física del personaje respecto de su madre es constante, y el logro consiste en eludir la evidencia de que se trata de un mismo actor. Sí, este filme es también una representación pop del Edipo.
La presunta homosexualidad de Guillaume se expresa bajo la conducta de un joven afeminado. Los gestos afectados son ostensibles, y están justificados dramáticamente dado que, para los otros, Guillaume es una “mariquita”. El problema es que el carácter del personaje se replica en la concepción formal de la película.
La afectación alcanza a la puesta en escena. De lo que se trata es de conjurar el origen teatral de la película y, como tal, el filme se torna barrocamente manierista. Los falsos raccords, los planos subjetivos y los planos secuencia son operaciones destinadas a subrayar la naturaleza cinematográfica. Más teatral que cinematográfica, Yo, mi mamá y yo cumple tanto con su objetivo de entretener como de ilustrar su prédica de la libertad individual.