El viaje es el asunto clave de esta película. Uno que tiene al menos dos facetas: la del desplazamiento físico -de la Argentina a la atractiva Costa del Sol española, para cumplir con la voluntad de una mujer recién fallecida- y la más complicada de la búsqueda interior, impulsada por un sorpresivo y tardío descubrimiento en torno de una doble vida insospechada.
No sería decoroso adelantar más de la línea argumental de esta coproducción dirigida por el mismo realizador de la elogiada ¿Quién mató a Bambi? (2013) y pensada con todos los condimentos de las feel good movies. Si el atormentado protagonista de ese periplo (encarnado con gran convicción por Oscar Martínez) sufre durante casi toda la historia es porque necesita algún tipo de redención que buscará esforzadamente y con la generosa colaboración de unos personajes secundarios que oscilan entre la empatía y la piedad.
La revelación de un doloroso secreto íntimo dispara en la vida de ese arquitecto y docente tan agrio como aburguesado una marea de sentimientos encontrados. En consonancia con esa tormenta interna, el temperamento del film se vuelve por momentos triste, dramático. Pero de inmediato asoma la ligereza de la comedia, destinada a equilibrar un clima que desde el inicio, marcado a fuego por la angustia propia del ritual funerario, se siente demasiado espeso.