MEMORIA SELECTIVA
La lente se detiene en los nombres, cruces de bronce, arreglos florales, lápidas de mármol y estatuas del cementerio que contrastan con el día tormentoso. Con igual mesura acompaña los pasos parsimoniosos del cortejo liderado por el vehículo, en cuya placa se lee Q.E.P.D Cristina Vera, hasta el foso donde se colocará el ataúd. Entre los quejidos del marido por la lluvia como rasgo central de los funerales así como también de la autenticidad de lo ocurrido, un viento enérgico hace volar los paraguas de la gente y uno de ellos, con diseño de flores coloridas, queda alejado en medio de la naturaleza durante unos segundos. Entonces, la pantalla se funde a negro. Si bien al comienzo dicho gesto resulta ligero, introduce dos cuestiones clave del marco narrativo: por un lado el desconocimiento de Bernardo acerca de los más íntimos pensamientos, deseos y sensaciones de la esposa; por otro, el empleo de matices sobrenaturales, místicos o del orden de lo inexplicable para conducir esa suerte de viaje iniciático hacia España para cumplir con la última voluntad de la mujer. Un combo que pretende bucear en los márgenes de ambos universos para amalgamar lo espiritual con el presente pero que termina por mezclar demasiados elementos inconexos, forzados y poco atractivos en un pastiche superficial, apático y arbitrario.
El protagonista se caracteriza por la rigidez, lo estático y la negativa, insistiendo en enterrarla en lugar de cumplir su deseo de ser cremada y esparcir sus cenizas en el viejo continente. El director español Santiago Amodeo dispone una serie de eventos fortuitos que lo conducen a cambiar de opinión. El primero es el paraguas; los restantes suceden dentro de la casa como el marco de la venta de la puerta que se cae, el supuesto sonido escaleras abajo, el vestido blanco con el prendedor de corazón alado y luz (que aparece una segunda vez solo tirado en el piso), la profanación de la tumba y el cadáver sentado con el cigarrillo en la boca. Al mismo tiempo, Bernardo no deja de jactarse de que sólo él conoce realmente a Cristina y puede decidir sobre ella. Así se lo hace entender a la hija de ambos, a la hermana de la difunta que le entrega una caja con correspondencia cansada de su actitud, a Abi que lo ayuda a encontrar Las Marinas y a la joven Amalia que se encarga de ingresarlos al lugar, entre otros personajes. La reiteración de esta postura esquemática choca contra los tintes paranormales del inicio volviéndolos caprichosos e innecesarios, mientras que el descreimiento del pasado de la fallecida vuelve chato cualquier intento de duda o inestabilidad en él porque, simplemente, desecha todas las conjeturas o datos que escapen a su punto de vista.
Por otro lado, la película se construye a través de cuatro capítulos que intentan establecer ritmos de quiebre y crescendo con cada final como el viaje hacia Costa del Sol o el encuentro con Simón. Sin embargo, todos parecen autónomos conectados de manera débil por la necesidad de tirar los restos. Los personajes oscilan entre el humor negro, lo absurdo, la comedia y hasta lo grotesco pero sin articularse de manera natural y espontánea. Incluso, ninguno termina por abordarse en profundidad y se convierten en una sucesión de roles secundarios que deben acompañar a Bernardo siempre y cuando le sean funcionales y se contengan. Ni Cristina escapa a semejante condena: ella es alegre en su recuerdo con aquellas sobreimpresiones o transparencias delicadas e interesantes en las habitaciones del hogar, jugando con la hija o mirándolo; mientras que puertas afuera es alguien desdibujada, infeliz o limitada. El sacerdote la define como alguien que siempre estuvo en segundo plano, al servicio de los demás, en las cartas se la percibe insatisfecha y hacia el final se la menciona vinculada con una fantasía esporádica que suena artificial.
Lo que queda claro es que el foco siempre está puesto en Bernardo, como evidencia el título Yo, mi mujer y mi mujer muerta y los demás personajes agolpados escalones más abajo sin aprovechar el colorido de las personalidades y de la revelación de ese pasado oculto. A final de cuentas, todas las invitaciones para correrse del lugar cómodo, riguroso y permanente fallan en un vano intento de reivindicación en ese recuerdo dulce, amoroso y servicial.
Por Brenda Caletti
@117Brenn