Por el título Yo, mi mujer y mi mujer muerta parece invitarnos a ver una comedia de enredos al mejor estilo “Doña Flor y sus dos maridos” en versión masculina, con un viudo casado en segundas nupcias, pero no. Se trata, en efecto, de un viudo, Bernardo (Oscar Martinez), de 63 años que desoye la última voluntad de su difunta esposa Cris (quien pidió ser cremada), ya que según le dice a su hija (Malena Solda), después de más de 40 años de matrimonio nadie conoce a su mujer mejor que él.
Sin embargo, tras el funeral y debido a una serie de hechos extraños que parecen delatar la presencia del espíritu de Cris exigiendo ser escuchada, Bernardo decide cumplir con el deseo de su mujer muerta y lleva sus cenizas a la Costa del Sol para esparcirlas en el lugar elegido por ella, una tarea que no le resultará tan sencilla como parece.
Esta coproducción entre España y Argentina, dirigida por el sevillano Santi Amodeo, se divide en tres partes, siguiendo el periplo ida y vuelta de Buenos Aires a Marbella que lleva al protagonista, un arquitecto y profesor universitario bastante sobrio y estructurado, a descubrir una cara desconocida de su esposa en su España natal, donde ella por un mes al año se permitía liberar facetas que junto a Bernardo quedaban ocultas. La comedia se torna más divertida en el nudo que enlaza las aventuras algo disparatadas de Bernardo una vez que llega a España y por accidente conoce a Abel (muy simpático papel a cargo de Carlos Areces) y a la bella Amalia (Ingrid García-Jonsson), dos circunstanciales compañeros de ruta que servirán como catalizadores para que el viudo se anime a dejar de ser “un muerto vivo”, aunque sea por un rato.
La película parece desafiar por momentos al espectador creando expectativas de algo que no es, en una suerte de paralelismo con la vida de Bernardo y el desdoble de su mujer y su mujer muerta, pero logra entretener y plantea algunas reflexiones sobre qué decisiones tomamos y cómo elegimos vivir nuestra vida de entre todas las vidas posibles que el universo nos propone. Después de todo, como dice Abel, es cuestión de optar por escuchar “a nuestro niño interior o al enano fascista que está justo a su lado”.
Calificación: Buena.