El detalle más fascinante de Yo, mi mujer y mi mujer muerta es su manera de representar los recuerdos a través de imágenes proyectadas en las paredes de la casa de Bernardo, el viudo. Puede que sea un recurso poco ingenioso, pero está llevado a cabo con delicadeza. Ocurre apenas dos veces, lo que genera una impresión de que es en la casa donde están resguardados los recuerdos más íntimos de una familia. Los recuerdos no son aquí una ilusión, como tampoco lo es la presencia de la difunta, sino la certeza fehaciente de un hogar. La ausencia da pie a la memoria más profunda, sin importar que se caiga en lo meloso.
Por otro lado está la franqueza emocional de Oscar Martínez. Con él, la comedia pareciera recaer en el pesimismo frente a ciertas situaciones. De todas maneras, Martínez es maleable para acertar una mirada de complicidad o goce en medio de las situaciones confusas. Se nota que los guionistas están queriendo sorprender al espectador con la posible vida secreta de la recién fallecida, pero Martínez apela con su actuación a la fidelidad, como en la escena donde rehúye hablar más de lo necesario en su jubilación. Puede que en términos de guión se le quiera dar un final satisfactorio a las metas del personaje, pero el rostro del actor deja entrever cierta carencia en su discurrir.
A la película le hacen mella el ritmo y los giros previsibles. No dura más de hora y media, pero a medio camino flaquea con la búsqueda de las verdaderas andanzas de la esposa. La huida de la rutina es una oportunidad placentera para que el protagonista se permita lujos inalcanzables, drogas recreativas y el encuentro con un español pícaro que hace la contrapartida a su pesimismo. Pero estamos ante circunstancias absurdas y excéntricas a las que el director quiere sacarles el jugo para hacer reír a toda costa. Y el esfuerzo sólo llevará al descubrimiento dramático.
No es un detalle menor el título de la película. A fin de cuentas, el protagonista siempre estuvo por delante de su esposa. Probablemente por eso no tenía idea de muchas situaciones o actitudes, y todo termina siendo una reafirmación profesional donde la familia está en un segundo plano de sustento y calidez.