Los primeros minutos de Yo, mi mujer y mi mujer muerta son interesantes. Oscar Martínez es Bernardo, un arquitecto con prestigio y profesor respetado de la Universidad de Buenos Aires que acaba de enterrar a su mujer. Debido a su personalidad conservadora, Bernardo se negó a cumplir el deseo de su esposa de ser incinerada y arrojada en la Costa del Sol, en España, donde la mujer volvía cada año para pasar un mes con su hermana.
Cuando Bernardo vuelve a casa acompañado por su hija (Malena Solda), empieza a percibir lo que él cree que son señales del más allá: una cortina que se cae, ropa tirada en el piso, un suvenir con forma de corazón que se prende y se apaga. Cuando la película dirigida por el español Santi Amodeo amaga con tomar el camino de lo sobrenatural se hace verdaderamente interesante.
Las manifestaciones del alma en pena son cada vez más intensas, hasta que un día llaman por teléfono para informar que profanaron la tumba de la recién muerta. Este hecho desagradable termina de convencer a Bernardo de hacer el viaje a España y cumplir el último deseo de su compañera de toda la vida.
Pero cuando llega al lugar, descubre un aspecto de su mujer que no conocía, una suerte de doble vida. La primera sorpresa que se lleva es cuando llega a una especie de playa vip nudista New Age para gente adinerada, un lugar rodeado de yates y de casas de pésimo gusto arquitectónico. Bernardo no puede creer que su mujer haya participado de esa locura con psicoterapeutas de dudosas intenciones.
En un casino conoce al personaje de Carlos Areces, que en un principio parece complementarse con Bernardo pero que lamentablemente queda desaprovechado. Luego entra en escena otro personaje: Amalia (Ingrid García Jonsson), una rubia modelo que no se sabe por qué llega ni a qué, solo la vemos como una acompañante más en el viaje de Bernardo.
La sensación que deja el filme es que al director se le fue un poco de las manos la trama. No se sabe muy bien donde está parado, qué es lo que quiere hacer, a dónde quiere llegar, cuál es su postura. No se sabe si defiende la vida conservadora de su personaje principal o si asume una postura crítica; si ataca la filosofía New Age o si la defiende. O si hace las dos cosas.
Yo, mi mujer y mi mujer muerta tiene rasgos de comedia negra, de comedia romántica y de comedia dramática. Es un poco de todo sin llegar a ser ninguna de las tres cosas. Es cierto que Amodeo no busca el gag y que tiene breves momentos que arrancan una sonrisa, y que Martínez encarna de taquito a su personaje, como si hiciera de él mismo.
Sin embargo, es una película a la que se podría calificar de fallida. Muchas veces, los directores creen que tienen claro el guion que están rodando, aunque el resultado diga lo contrario.