Oscar Martínez viene ganándose su merecido espacio en la cinematografía española. En los últimos años, filma tanto aquí como allá, y Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una coproducción dirigida por el sevillano Santi Amodeo, que comienza en la Argentina y sigue en España, donde este jueves se exhibe en el Festival de Málaga a la par que se estrena entre nosotros.
Martínez es Bernardo, un hombre que acaba de quedar viudo -como en La misma sangre, pero por motivos ciertamente distintos-. Bernardo se muestra desolado, triste, abatido. Se niega en principio a cumplir con el deseo de su esposa, que era que la cremaran y esparcieran sus cenizas en la costa de su país, España. Su hija, breve aparición de Malena Solda, parece que lo convence.
Y así emprende un viaje que termina siendo de descubrimiento. Porque se encuentra con cosas desconocidas, aspectos de su esposa, con quien vivió 40 años, que se le revelan sin haber imaginado nada.
Como Yo, mi mujer y mi mujer muerta es una comedia, cuando la película rota hacia lo dramático se produce un efecto anverso, porque no termina de decidir el género, y esa ambigüedad es la que le resta no seriedad, pero sí formalidad o hasta sensatez.
Es que el filme retoma hacia la comedia con toques más o menos bizarros a partir de las sorpresas con que se topa Bernardo, y desde su encuentro con personajes como Abi (Carlos Areces, el de Balada triste de trompeta, de De la Iglesia, y Los amantes pasajeros, de Almodóvar) y Amalia (Ingrid García Jonsson (Hermosa juventud, de Jaime Rosales).
Nuestro compatriota lleva adelante casi todo el relato, y su papel pasa por distintos estados de ánimo, unos más complejos que otros, y sale más que bien parado. Es el filme el que, de apoco, minuto a minuto, escena tras escena, va perdiendo la consistencia que supo tener en el inicio.