«Yo Nena, Yo Princesa», adaptada del libro homónimo, es la primera película argentina en tratar el tema de las infancias trans de pleno. Una pareja (Eleonora Wexler y Juan Palomino) son padres de mellizos (Isabella G. C. y Valentino Vena), en donde uno de los chicos no se identifica con el género que le asignaron al nacer
Llevando a la pantalla grande la historia de Luana, niña que logró su identidad a fuerza de lucha y tesón, Federico Palazzo pone su oficio para un relato que trasciende su forma y pone en evidencia aquello que aún tenemos que transitar como sociedad para lograr, verdaderamente, una integración. Eleonora Wexler, Juan Palomino, e Isabella, son sólo el trío protagónico de un elenco de más de treinta intérpretes.
La película está dirigida por Federico Palazzo, quien cuenta sobre su llegada a la historia: “Entendí que para estar a la altura de la circunstancia no sólo tenía que quedarme con lo expuesto en medios y redes, o sólo con la lectura del libro de Gabriela Mansilla, donde está todo el relato de los involucrados, sino que tenía que seguir investigando”. Y al verla, uno entiende que más allá de cualquier pretensión cinematográfica, hay una historia que tenía que ser contada, para continuar en un camino de integración y evolución.
No basta en un país que cuenta con leyes de identidad y punta de lanza en reivindicación en materia de derechos lgbtiq+, quedarse con lo que se tiene, porque la sociedad, aquella que cual magma se traslada vitoreante entre las personas, en muchas oportunidades, muchísimas, retrocede casilleros.
Acá Luana es interpretada de una manera sorpresivamente contundente por una actriz niña trans, Isabella, quien como homenaje para Luana, que permitió que ella hoy pueda tener la identidad que manifestó desde su temprana edad tener, lo pueda vivenciar, sin recorrer el derrotero de dolor y amargura que la pionera Luana y su madre, principalmente, debieron padecer.
“Yo nena, Yo princesa” tiene a Eleonora Wexler encarnando con verdad su rol, el de una madre que ante la primera duda, se esconde, adhiere junto a su pareja (Palomino) a escandalosos mecanismos de castigos (La naranja mecánica un poroto al lado de esto), para luego reconstruirse y abrazar a esa hija que pedía a gritos que se la llame como corresponde, con su nombre de mujer.
Palazzo se vale del soporte cinematográfico, y si bien por momentos su narrativa se acerca más a la ficción televisiva, tal vez por la necesidad de ser pedagógicamente activo para bajar en imágenes un complejo proceso de transición, hay una firma autoral en notables momentos como cuando varias generaciones de mujeres hilvanan para Luana un vestido, o cuando el padre decide irse y un travelling del rostro compungido pero esperanzado de Wexler se traslada hacia la espalda de Palomino yéndose del lugar.
Isabella deja la vida en cada escena, construye su personaje a imagen y semejanza de ese relato que Gabriela Mansilla supo poner en palabras, que Palazzo recupera en imágenes, y que la niña encarna con valentía, la necesaria, claro, para un relato que habla de luchas, de pasiones, de esfuerzos, pero sobre todo de sueños, nada más ni nada menos que del sueño de ser quien realmente se desea ser, sin importar la edad de cuando se lo pida.