Yo nena, yo princesa es la versión cinematográfica del libro de Gabriela Mansilla, quien allí contaba la historia de su hija Luana y el recorrido que la familia realizó para entender el conflicto de identidad de esta niña trans. La película comienza con la ignorancia sobre el tema, la angustia de los padres y los primeros indicios que darían con las respuestas que tanto buscaban. En la primera mitad de la película el realizador consigue que todo ese proceso sea comprensible, lógico y emocionante. Los momentos de angustia, soledad y desamparado que poco a poco mutan a una lucha por la identidad.
Una hora de película inicial que es convincente y humana, ganando claramente la pelea por la comprensión, aportando luz sobre un tema complejo. Solo algunas escenas con cámara lenta y subrayado musical hacen mucho ruido en esta primera parte del film. La narración convencional, por otra parte, es una aliada de una historia que necesita que el espectador se concentre en los personajes y no en la forma. Justamente por eso las varias escenas en cámara lenta hacen un ruido terrible.
Pero la película no cree en su propio discurso ni en la propia historia. Más de un cuarto de película, toda la última media hora final, es una agotadora y vulgar bajada de línea didáctica, cuyo tono educativo es completamente anti cinematográfico. El maniqueísmo de la historia alcanzo un punto de no retorno y la película cae en picada. Antes del comienzo de la película unos veinte carteles indican todos los organismos que quieren formar parte del proyecto y colgarse la cucarda de estar allí. Al final queda claro que esta película es solo un folleto explicativo y que el cine es solo una excusa para el discurso. Tal vez siempre lo es, solo que a veces una obra artística es capaz de darle un envase que vale la pena. Lamentablemente este panfleto no lo es. Borra con el codo lo que había conseguido escribir claramente con la mano al comienzo.