El reconocido músico panameño se siente viejo. Ya hizo el testamento y un desprendimiento de ese documento es la producción de éste documental. Una suerte de auto homenaje en vida, como legado para su familia y fanáticos de la música caribeña.
Abner Benaim dirige ésta producción de un modo convencional. Muy didáctico, pero lejano a la sensibilidad y emociones. A lo largo de casi toda la película suenan sus canciones, las más famosas y reconocidas y, en menor medida, las de otros. La salsa invade los sentidos con su característico ritmo bailable
La historia comienza en Panamá, su lugar de nacimiento, recorriendo barrios, calles y sitios en el que Rubén Blades pasó la infancia o en los que cantó por primera vez. Luego se trasladan a New York, donde el compositor vive con su mujer desde hace décadas
El realizador entrevista a ciertos músicos destacados, tanto latinos como anglosajones, que elogian la labor artística y humanitaria del panameño. Son unos pequeños mimos para el ego, que nunca están de más
Además, muestra por primera vez la intimidad de su departamento neoyorkino, incluida la habitación donde colecciona historietas y otros artículos, que no son de lujo, pero son sus preciados tesoros. En ese sitio, su esposa habla sobre él, y también de la relación que mantienen a lo largo de los años.
El director se vale, para completar la narración, de fotos y filmaciones de otras épocas.
Pese al paso del tiempo el músico sigue vigente, no vive de recuerdos, camina tanto por su patria como por las calles de la gran manzana, y las personas lo reconocen, saludan y felicitan por sus canciones.
La cámara acompaña a Rubén Blades en ciertas ocasiones a algunos recitales, para poder apreciar breves ensayos o pruebas de sonido, descubriendo la trastienda previa a cada show.
El músico quiso darse un gusto en vida y gracias a su deseo, está en las salas cinematográficas este somero documental.