Yo no me llamo Rubén Blades auspicia un reencuentro feliz con el compositor y cantante panameño que además es actor y abogado, y que coqueteó con una candidatura presidencial en su país natal. El compatriota Abner Benaim supo retratarlo con la perspectiva necesaria para abordar la cincuentenaria trayectoria del autor de hitos como Plástico, Pedro Navaja, Tiburón, Patria, y con la debida atención puesta en un presente a la vez vital y testamentario.
El reconocimiento de tener “más pasado que futuro”, la conciencia del propio deceso, la necesidad de dejar un legado asoman varias veces en boca del cantautor mientras evoca recuerdos de infancia y juventud en su casa de Nueva York, en calles de esa ciudad y de su querida Panamá, en estudios de grabación en la antesala de algún recital. Sin dudas, Blades encontró en el proyecto cinematográfico de Benaim una buena oportunidad para mostrarse y pronunciarse antes del desenlace que décadas atrás imaginó prematuro, y que ahora vislumbra a medio camino entre el retiro y la muerte.
Yo no me llamo… presenta virtudes irreductibles a la (muy buena) predisposición de la figura retratada. Ante todo se trata de una película que que encadena declaraciones y hechos con impresionante fluidez o naturalidad. Por ejemplo un músico advierte que debería reivindicarse más a menudo el talento de Blades para el canto, y tras cartón la cámara registra una improvisación a capella que legitima esa suerte de reclamo.
Las fuentes consultadas constituyen otro aspecto elogiable del largo. Benaim consigue el testimonio, no sólo de ídolos de la música popular contemporánea como Paul Simon, Sting, René Pérez alias Residente, sino de dos integrantes del círculo íntimo del cantautor homenajeado: su esposa Luba Mason y el hijo que tuvo con Mónica Verna, Joseph.
Yo no me llamo… también es rico en anécdotas relatadas y filmadas. Entre las primeras cobra relevancia la recreación de un llamado telefónico de Gabriel García Márquez. Entre las segundas, figura la secuencia donde tres changarines cantan “La vida te da sorpresas; sorpresas te da la vida, ay Dios” cuando reconocen a Blades entre los peatones que les pasan por al lado.
De los distintos Rubén(es) retratados, el abogado dedicado a la política ocupa un espacio secundario. Aún, así Benaim lo describe con precisión: determinado a convertirse en servidor público con el fin de retribuir algo de lo que la sociedad le dio, dispuesto a (re)considerar las invitaciones a presentar su candidatura para la Presidencia de Panamá, sensible a los reclamos de los venezolanos opositores al Gobierno de Nicolás Maduro, y a la vez indignado con el primer mandatario estadounidense Donald Trump.
Meses atrás, cuando Yo no me llamo… se estrenó en México y Panamá, su autor le contó a la agencia de noticias EFE que Blades resolvió ver el documental recién cuando cumpla 75 años, es decir, a partir del 16 de julio de 2023. Hasta entonces la película seguro resiste el paso del tiempo y termina de asentarse como fiel testamento del poeta de la salsa.