UN HOMBRE Y SUS CONTRADICCIONES
Recuerdo que mi padre tenía un vínculo particular con Rubén Blades, donde la división se daba claramente entre lo artístico y lo personal: amaba sus canciones, pero lo irritaban las críticas de Blades al gobierno cubano, sus lazos con personalidades anti-castristras (como Celia Cruz) y sus incursiones en películas de Hollywood. Pero después de las ocasionales (y un tanto infantiles) broncas, mi padre solía volver a los lugares seguros: por eso a cada rato se ponía a escuchar de manera casi obsesiva canciones como Pedro Navaja.
Al igual que mi padre, el documental Yo no me llamo Rubén Blades también apela a unos cuantos lugares seguros y confiables, que le permiten mantener una narración estable aunque no precisamente innovadora. El film de Abner Benaim apela a un seguimiento del icónico artista panameño, explorando los ámbitos en donde se desempeña habitualmente y desplegando ocasionalmente unos cuantos testimonios de figuras como Sting, Residente o Gilberto Santa Rosa. En varios pasajes, lo que vemos es una celebración un poco excesiva del protagonista, que a lo sumo solo aporta el hacer hincapié en las múltiples facetas de la personalidad de Blades, que no solo ha incursionado en la música y la actuación (en el segundo caso, inicialmente como mera inquietud, luego como profesión), sino también en la política, el periodismo y hasta el derecho.
Lo más relevante y atractivo de la película no surge tanto de la puesta en escena, sino del propio Blades, cuando se suelta, supera cierta timidez/humildad y empieza a hablar de sí mismo y su historia, haciéndose cargo de sus numerosas contradicciones, que van desde lo personal a lo político. Allí es cuando aparecen un hijo extramatrimonial con Blades reconociendo que con la mayoría de las cosas en su vida fue cuidadoso, pero con esa no; los conflictos internos que ya tuvo desde los primeros momentos de fama, porque se encontró escribiendo canciones sobre vivencias de clases populares con las que iba perdiendo contacto; o la relación con Estados Unidos, que funcionó en buena medida como país adoptivo pero también como una nación a la que cuestionar por su constante injerencia en Latinoamérica.
Sin embargo, a pesar de que lo más rico está en la fase personal e íntima, Yo no me llamo Rubén Blades también tiene un par de momentos fascinantes cuando exhibe el carisma innato del artista frente a su público o incluso con otros colegas. Es el lugar seguro, clásico e inoxidable, pero también un poco inexplicable en su impacto, como la enorme canción que es Pedro Navaja.