De la vida y obra del cantante popular Rubén Blades, sé tanto y tan poco como muchos. Fui de esas que lo escuché en los pasillos de mi casa, donde sonó alguna vez música latina, la letra de “Pedro Navaja” o la historia de la chica plástica “de esas que veo por ahí…”. De esas cosas que parecen vagas pero aún están presentes estaba hecho todo mi saber sobre esta figura carismática. Para algunos tal vez sólo se trata del cantautor de algunos famosos hits, para otros un claro referente de una época chispeante de la música del caribe que nace durante una década efervescente de la lucha popular latinoamericana.
Yo no me llamo Rubén Blades se propone presentar la vida pasada del artista popular y la posibilidad de narrarla con su protagonista en vida. Crea una suerte de relato testamentario colorido y dinámico. Así vemos a lo largo del relato desfilar gran parte de la vida del reconocido artista: su historia juvenil, su carrera de abogado, su llegada a Nueva York en sus inicios anónimos y su inclusión junto a figuras como el magistral tito Puente o Celia Cruz, durante la famosa etapa del boom de la salsa en los años 60.
Todo esto construido a partir de un seguimiento paso a paso de Blades en el día a día, en el aquí y ahora, sugiriendo cierta idea de cotidianeidad que se juega en las imágenes del personaje caminando y conversando a cámara por las calles Neoyorkinas, en el recorrido guiado por él a través de los recovecos de su casa estudio y en cierta frescura que se le trata de imponer el retrato de Blades para contrastar con el material de archivo que completa junto a algunas entrevistas todo el cuerpo del filme.
El material de archivo está centrado en el prolijo compilado de fragmentos de los recitales que ponen en escena sus canciones más paradigmáticas, en ciertos pasajes de corte histórico de su país natal. En especial hace foco en diversos sucesos políticos que repercutieron en el imaginario del cantautor y generaron algunas de sus narraciones que luego serían letras de canciones que, al final del camino, serían cantadas por él mismo frente a miles de personas.
La primera hora de este ameno relato algo televisivo discurre con cierta sorpresa para un espectador ingenuo o apenas informado y en su simpleza nos agrada su correcto formato y la dinámica ágil que le da ritmo a la narrativa liviana pero no menos cálida.
Algunas pequeñas intervenciones en formato de entrevista le dan el toque de brillo de estrellas que este tipo de documentales exige, como las reflexiones lúcidas de Sting que lo nominan a Blades “como un intelectual de la salsa”, o los recuerdos de Residente (cantante de Calle 13) que lo evoca como un referente clave y rememora como tarareaba sus canciones mientras limpiaba la casa de su infancia.
Simpatía es algo no le falta a este filme, ideal para los amantes de la música latina y de las pequeñas biografías.
Por Victoria Leven
@LevenVictoria