Sandro, alguna vez bautizado como Roberto Sanchez, es sin lugar a dudas uno de los más grandes artistas populares que dio nuestro país. Miguel Mato estrena al fin un trabajo que le llevó cuatro años desarrollar y nos lleva, guiados por la voz del mismo Gitano, a recorrer los momentos más icónicos de su vida, desde su nacimiento hasta la madurez artística.
Allá por 1970, Sandro grabó algunos pasajes en los que contaba anécdotas de su vida. Uno puede o no tener un vínculo emotivo con el artista, pero el timbre y el color de su voz estremecen por si solos. Este audio ya arranca poniéndonos la piel de gallina.
El documental no tiene un código homogéneo, sino que va variando recursos, con lo cual se hace sumamente dinámico. Por ejemplo, ficcionaliza el nacimiento y la anécdota sobre el origen de su nombre: no dejaron que sus padres (interpretados por Daniel Valenzuela y Celeste Gerez) le pongan Sandro porque no figuraba en el santoral.
Una manera muy inteligente y lograda de mostrar de dónde viene el artista y a dónde llegó es utilizando filmaciones caseras realizadas por el mismo Sandro mostrando su opulenta casa, y contraponerlas con su voz contando las dificultades para bañarse cuando vivía en un conventillo. Al haber operado él mismo la cámara que registró esas imágenes sentimos que vemos a través de sus ojos, y al escuchar el relato nos sumergimos en una especie de reflexión en primera persona, materializando en nosotros mismos el Yo, Sandro del título.
Además de indagar en sus dotes artísticos (esa expresividad corporal y voz no los tiene todo el mundo) se propone una mirada que rescata la humildad y la grandeza de Roberto Sanchez detrás del Sandro artista. Anécdotas contadas con humor y sinceridad, siempre agradecido de las personas que lo acompañaron a lo largo de su carrera y sin perder de vista sus orígenes.
Esta heterogeneidad de registros incluye saludos grabados por sus admiradoras que acompañan imágenes de las mismas “nenas”, enfatizando lo que generaba en su público y testimonios de José Luis “El Puma” Rodriguez y Lucecita Benitez, la primera mujer que interpretó canciones del Gitano en Centroamérica. Las voces de estos artistas son quizás el punto débil de la propuesta. Por un lado sabemos que son personajes fundamentales y sus aportes enriquecen el relato, pero por otro nos alejan del vínculo íntimo que sentíamos con Sandro, moviendo ese foco con el que nos sentíamos tan cómodos.
Afortunadamente, en el tramo final volvemos a la voz de Sandro y el cierre de un telón al final de un show a la par que lo escuchamos versar sobre cómo quería que lo recordemos son el broche de oro para este excelente, y necesario, documental.
Emotivo, dinámico e inteligente, el documental de Miguel Mato rinde honores a uno de los más grandes artistas populares argentinos y logra que el espectador se involucre con la historia hasta ponerlo, varias veces, al borde del llanto.