Si bien la figura de Sandro nunca perdió vigencia, 2018 parece ser un año especialmente pródigo en acercamientos audiovisuales a la figura de El Gitano. Tras la miniserie dirigida por Israel Adrián Caetano que se emitió en Telefe, llega este híbrido entre documental y ficción (más documental que ficción) con realización de Miguel Mato.
Yo, Sandro tiene como eje una larga entrevista en la que Roberto Sánchez repasa los aspectos centrales de su vida y su carrera. Ese testimonio -sumado al uso recurrente de la voz en off- van marcando el derrotero familiar y artístico de Sandro, mientras se ven fragmentos de varias de sus películas e imágenes de archivo. En este sentido, el mayor hallazgo del film son las grabaciones caseras en Súper 8 que hizo el propio protagonista en su intimidad y en muchos de sus viajes al exterior. Otro logro es haber accedido a la misteriosa mansión de Banfield, donde permaneció prácticamente recluido durante mucho tiempo.
Por el contrario, las pocas escenas de ficción (como cuando sus padres van al Registro Civil a anotarlo como Sandro y el funcionario interpretado por Carlos Portaluppi se niega a aceptarlo) no agregan demasiado y los dos únicos cantantes que aparecen hablando de la admiración y la influencia del Gitano (Lucecita Benítez y José Luis “El Puma” Rodríguez) suenan a demasiado poco teniendo en cuenta la multitud de figuras que se han manifestado fans de Sandro.
También en off se escuchan múltiples grabaciones de “Las Nenas”, las fans de Sandro en todo el mundo y, si bien ese recurso resulta simpático en un principio, su reiteración termina por abrumar un poco.
Más allá de sus logros y carencias, Yo, Sandro resulta una propuesta prolija y llevadera. No tiene una estructura narrativa particularmente sorprendente, pero el carisma y los múltiples matices de su protagonista lo convierten en un más que digno homenaje a una figura insoslayable en la historia de la música argentina.