Ojalá los admiradores de Ramón Palito Ortega sepan perdonar la ocurrencia de titular esta breve reseña como la ficción que Enrique Carreras dirigió y el cantautor tucumano protagonizó a fines de los años ’60. Sucede que, en el documental aquí abordado, éste que Miguel Mato le dedicó a Sandro, el otro astro de la industria discográfica argentina parece estar a un tris de pronunciar la célebre expresión ‘Un muchacho como yo’.
En realidad quien parece estar a punto de repetir esas palabras no es Sandro, sino su creador: el nada mediático Roberto Sánchez, que falleció en 2010. Acaso este desdoblamiento sea uno de los aspectos más interesantes del largometraje concebido varios años antes que la serie de Adrián Caetano que Telefé emitió en marzo.
“Un muchacho como yo” podría haber bromeado Sánchez sobre su alter ego exitoso en la entrevista informal que le hicieron en 1970, y que Mato convirtió en hilo conductor de su coqueteo con el género autobiográfico. A partir de filmaciones en Súper 8 y fotos tomadas lejos de los escenarios y sets de cine y televisión, el realizador refuerza la distinción del sujeto privado respecto de su versión estelar o pública.
Mato se aparta un poco de esta aproximación cuando abandona el material de archivo nunca o rara vez expuesto para dramatizar algunos recuerdos evocados (en esa instancia los actores Daniel Valenzuela y Celeste Gerez encarnan a los padres del niño Roberto). También para entrevistar a dos colegas de Sandro, José Luis Rodríguez y Lucecita Benítez, y para reproducir mensajes grabados de las admiradoras históricas del también bautizado Gitano.
Algunos espectadores encontramos que las pinceladas de ficción atentan contra la originalidad de este homenaje. En cambio los testimonios del Puma venezolano y de la cantante portorriqueña, así como las declaraciones de amor de las Nenas, enriquecen la reconstrucción que Sánchez hizo en 1970 de su vida artística, desde la (controvertida) inscripción de su nacimiento en el Registro Civil hasta su conversión en Sandro de América.