Tres tipos creciendo y encontrándose a sí mismos
Hay un saludable lazo entre Yo sé lo que envenena y Pistas para volver a casa, que es la apuesta en determinados tramos por la risa franca, alegre, divertida, es decir, por la comedia sin vueltas, aunque los abordajes sean diferentes. Si el film de Jazmín Stuart se permite ser por momentos un drama familiar hecho y derecho, que deja espacios abiertos para el humor y las situaciones absurdas, el de Federico Sosa es un relato de amistad sin vueltas, con ambiciones firmes a partir de una estructura simple pero que abre los caminos para el desarrollo de varios conflictos con igual peso.
Lo atractivo y auspicioso de Yo sé lo que envenena es cómo construye su historia a partir de sus protagonistas, porque los tres jóvenes amigos sobre los que hace foco –Iván (Federico Liss), que sueña con que su banda sea telonera de Almafuerte; Chacho (Gustavo Pardi), que quiere progresar en su carrera actoral; y Rama (Sergio Podeley), que medio de sopetón se cruza con una chica que lo enamora al instante- son personajes complejos, profundos, empáticos, a los que se les nota de manera potente y a la vez sutil un pasado, un presente y hasta un futuro. Nos identificamos con los que le sucede, captamos rápidamente sus dilemas y nos apropiamos de los espacios que habitan. En eso, lo del film de Sosa es una pequeña lección para buena parte del cine argentino: la mejor forma de hablar sobre determinados contextos –como el conurbano bonaerense- es tener pleno conocimiento de ellos y nunca observarlos desde arriba, y eso es muy patente en el cineasta. Yo sé lo que envenena no baja línea, es directa en sus formas, no presume, no se pone por encima de lo que cuenta y eso le sirve de trampolín para cimentar un conurbano palpable, que se adivina complejo y dinámico a partir de los seres que lo habitan.
Aunque se puedan cuestionar determinados pasajes donde la narración no termina de encontrar el tono justo, lo cierto es que en Yo sé lo que envenena lo que termina imponiéndose es el cariño por lo que se cuenta, exhibiendo conocimiento de los distintos subgéneros que se abordan, una construcción de sentido de pertenencia en las referencias culturales que es productiva para el relato, excelentes actuaciones y hasta astucia para aprovechar las limitaciones de producción.
Yo sé lo que envenena es un film de crecimiento, de constitución de la identidad a través de los vínculos amistosos y familiares. También -para bien y para mal- un film de tipos, de hombres, donde aparece una visión tan sincera como problemática de la mujer, cercana y lejana a la vez, permanentemente desestabilizadora de los esquemas masculinos de los protagonistas. Sosa y todo su equipo pueden sentirse tranquilos: con poco, hicieron mucho en un film donde ya hay mucho presente y también mucho futuro.