¡Bienvenida “Yo sé lo que envenena” (Argentina, 2015)! Una agradable sorpresa en medio de la ráfaga de estrenos que hace semanas llenan los cines y se acumulan y se descartan tan rápido que imposibilitan a los espectadores llegar a conocerlas.
La película de Federico Sosa bucea en las entrañas de una amistad marcada a fuego por la música “pesada” local, potenciándose por utilizar a Ricardo Iorio y todos los grupos en los que estuvo, su referente local para armar su verosímil.
Iván (Federico Liss) mantiene su habitación llena de imágenes de Iorio, de Almafuerte y se cierra al afuera ante cualquier exigencia de asumir responsabilidades o de avanzar con el compromiso con su novia (Florencia Otero); por su lado Chacho (Gustavo Pardi) quiere triunfar como actor, dejar su desagradable trabajo en un matadero y además dejarse influenciar por Marlon Brando, su aspiración máxima en las tablas; y el último de los amigos es Rama (Sergio Podeley), un motocadete, que mantiene vivo su deseo de poder conquistar a una joven llamada Lucy, a quien conoce luego de asistir el accidente en el que el novio de ésta pierde su vida.
El trío se complementa, viven juntos en una vivienda humilde, se nutre, se relaciona, pero abren también la posibilidad de alimentar los sueños personales y de dejar, al menos por un instante, los egos de lado y poder así ayudar al otro a alcanzar cada una de las metas que poseen.
Pero el entorno es hostil, y si Chacho decide dejar su trabajo para permitirse hacer castings y responder a la incipiente demanda laboral que puede llegar a tener, sus amigos estarán ahí, a pesar de no entender del todo el plan, y tampoco, en el fondo, querer hacerlo.
“Yo sé lo que envenena” va narrando la historia de manera digresiva, apocada, para explotar en momentos claves , al igual que el trio protagónico, que intenta siempre mantener un cambio menos antes de tomar alguna decisión que saben que va a afectar al resto.
Los personajes están claramente definidos a partir de los contrastes entre ellos y con las particularidades y singularidades relacionadas a la actividad de cada uno. Sosa los hace hablar con el slang de cada tribu a la que pertenecen, potenciando la incorrección política de los diálogos, al igual que la impresión sobre sus cuerpos va modificándose a medida que avance el relato.
“Yo sé lo que envenena” además se nutre de una imaginería popular relacionada al objeto musical en cuestión, el heavy autóctono, y en particular la obra de Iorio, potenciando a partir de sus canciones y de la consolidación de sus ideas críticas a lo establecido, el poder mirar hacia adentro para hablar del sentimiento argentino relacionado a nociones de pueblo, nación, patria, etc.
La música es la excusa, y la amistad también, para poder trabajar con un verosímil sobre los casi “treinta” que permanecen estáticos, sin poder cambiar su destino a pesar de desear profundamente muchas cosas para su vida pero las oportunidades nunca llegan.
Sosa es un hábil narrador, y en la contraposición de deseos y conflictos de los protagonistas se permite hablar sobre tribus urbanas, el conurbano, la cultura rockera, la pasión desenfrenada, la noche, los locales nocturnos y sus particularidades, y puede construir una película dinámica, auténtica, honesta, que cumple con su objetivo y lo supera. Una verdadera sorpresa.