Una biopic sobre Merello tan cuidada como poco sorprendente.
No hay nada que esté mal en Yo soy así, Tita de Buenos Aires. Incluso se nota una cuidadosa reconstrucción de época, un esmero en los diversos rubros técnicos y un inobjetable profesionalismo. El problema es que tampoco hay nada novedoso o sorprendente en la propuesta. Esta película sobre la legendaria Tita Merello luce demasiado clásica, contenida y, si se quiere, hasta un poco anticuada y conservadora. En tiempos en que las biopics provenientes de distintos lugares del mundo apuestan al riesgo, a la audacia, a la provocación y/o la experimentación, el film escrito y dirigido por Costantini apela a la prolijidad y el medio tono incluso cuando se sumerge en las supuestas aguas turbulentas del apasionado melodrama romántico.
Más allá de reconstruir los inicios de Tita en cabarets de mala muerte (en un contexto machista que tenía a la mujer como objeto y víctima), la película se concentra sobre todo en el romance de la heroína (sólido trabajo de caracterización e interpretación a cargo de Mercedes Funes) con el no menos popular y mujeriego Luis Sandrini (Damián De Santo). La vida de Merello recorrió prácticamente todo el siglo XX (murió en 2002, a los 98 años), pero -si bien hay una larga escena con Juan Domingo Perón y Evita, y otra que muestra las dificultades para conseguir trabajo tras la Revolución Libertadora- tampoco se trabaja con demasiada profundidad su relación con la historia política del país.
Película demasiado obvia y explícita, que dibuja conflictos y personalidades con trazo grueso, Yo soy así, Tita de Buenos Aires se queda siempre en la superficie. En ese contexto, y más allá del apuntado esfuerzo de producción para recrear grandes épocas del tango y el teatro, el mayor placer pasa por reconocer a figuras reales (de Carlos Gardel a Hugo Del Carril) y escuchar las más que dignas versiones de Pipistrela, Se dice de mí y otros clásicos que convirtieron en mito a La Morocha Argentina.