Cómo salir del armario y resultar ileso
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La película de Greg Berlanti (transposición del best-seller juvenil de Becky Albertalli) retrata la “salida del closet” de un adolescente. Por más que caiga en subrayados innecesarios, Yo soy Simón resulta un más que digno entretenimiento, dirigido claramente al espectador más joven pero disfrutable para cualquier edad.
Tal vez porque la idea es acentuar ese momento en el cual un muchacho asume su orientación sexual, en Yo soy Simón todo parece “resuelto”; hay una familia de clase media alta bastante progre, un grupo de amigos cuyos mayores problemas pasan por el ensayo de una obra escolar, y –sobre todo- hay una biografía sana, lo que augura un buen futuro si todo sigue su cauce normal. Pero a Simón le falta algo, y eso que le falta es nada más ni nada menos que “salir del closet”. Vive tenso, esconde esa parte de su vida como un secreto inconfesable y, en medio de ese estado, otro chico (otro como él) revela de forma anónima (vía web) que está pasado básicamente por lo mismo. Junto a una firma apócrifa también adjunta una dirección de e-mail, que se convertirá en la puerta de acceso a una relación epistolar pero en la era de los millenians.
En 1997 se estrenó la película Es o no es (In & out, Frank Oz), una comedia que comenzaba cuando un profesor interpretado por Kevin Kline, a punto de casarse con una compañera de trabajo, era “deschavado” por un ex alumno, quien al recibir un Oscar por su composición de un personaje gay le agradecía haber sido una de sus fuentes de inspiración. Por más que parezca un giro ciento por ciento digno de una comedia, la secuencia fue tomada del discurso pronunciado por Tom Hanks al recibir el mismo premio por su interpretación en Philadelphia. Es o no es mostraba un largo beso entre el personaje de Kline y otro hombre, algo que en aquel entonces no era demasiado frecuente en la pantalla grande. Hoy, más de dos décadas después, una película como Yo soy Simón resulta casi naif, y lejos de escandalizar o generar escozor es una puesta a tono con los tiempos aperturistas que corren, por más que sobren en el mundo ejemplos de fobia a cualquier sexualidad disidente.
Debe quedar bien claro que el film de Berlanti no cuestiona el patriarcado ni muchísimo menos el american way of life. No le interesa hacerlo y está en todo su derecho. Hasta se podría imaginar una secuela en la que Simón se casa y se enamora de otro… Su vivencia pasa no sólo por revelar su secreto, sino también por conocer a aquel joven que, mail tras mail, lo enamora más. Aquí hay algo interesante: la película no cuestiona la posibilidad de enamorarse sin conocer face to face al objeto de ese amor. Y es ahí cuando asume tal vez su mayor riesgo, en el que formula un pacto de credibilidad -más que de verosimilitud- con el espectador, quien tendrá que aceptar que ese tipo de vínculo es posible y se puede resolver con un happy end.
En términos generales, podemos decir que Yo soy Simón supera esa prueba gracias a la empatía de su personaje principal, compuesto por Nick Robinson, ni galán ni looser. Secuencia tras secuencia consigue que nos pongamos de su lado, que seamos sus compinches, que sintamos todo el peso de tener que buscar indicios de quién es el que se roba poco a poco su corazón, como si se tratara de una aventura transportada de alguna novela de Jane Austen, pero escrita hoy y con una singular vuelta de tuerca.