Los primeros minutos de este estreno presagian sin eufemismos la catástrofe: la superficialidad con la que se tratará el tema y la tonelada de edulcorante a masticar a lo largo de casi dos horas. Una eternidad, dado el concierto de obviedades expuesto en el guión de Elizabeth Berger, Isaac Aptaker y Becky Albertalli. Resulta increíble que hayan necesitado tres guionistas para una historia que parece escrita por estudiantes de primaria.
En off, Simon (Nick Robinson) empieza a contar (y el director Greg Berlanti a mostrar al mismo tiempo) que “mi vida es normal, como la tuya”. Sonamos. No hemos escuchado la primera decena de palabras y el texto asume la definición de “normalidad” con el espectador en forma arbitraria y, por supuesto, pensada para que no pensemos. Dicho en tono empático, eso sí. Vive en una linda casa en los suburbios, tiene padres comprensivos, (Jennifer Garner y Josh Duhamel), una hermana que ama, (Talitha Eliana Bateman) y tres mejores amigos Leah (Katherine Langford), Nick (Jorge Lendeborg Jr.) y Abby (Alexandra Shipp) que lo quieren y contienen. Va a un taller de teatro, buen pibe, buen estudiante… ¿Y el conflicto? También es anunciado sin sutilezas: “soy gay y no sé cómo decirlo”. Seis minutos de película y ya sabemos todo lo que va a pasar en esta “normalidad” de “Yo soy Simón”.
Con el problema de Simón anunciado así, es difícil querer seguir el hilo. Su voz en off sobre explica todo, subraya hasta detalles sin importancia. La única línea bien escrita y compaginada está dentro de la introducción: “¿Por qué ser heterosexual es lo predeterminado?”, seguido de un montaje en el cual varios chicos y chicas confiesan serlo ante sus padres horrorizados. Qué interesante hubiese sido desarrollar eso precisamente. Pero no. Para colmo el contexto socioeconómico tampoco es un problema, es decir todo ocurre en un lugar en el cual la gente no se pelea, no hay desocupación, ni guerra, ni protestas. Nadie toca bocina o cruza en rojo, los extras que pasan por la calle sonríe, nadie choca con el auto, ni un punga hay que al menos le afane la billetera. Ningún compañero de Simón se droga ni es alcohólico, el preceptor es más bueno que un Teletubbie. En fin.
Ante la ausencia total de conflicto, más que el problema anunciado, no queda otra que esperar a ver cómo hace éste chico para salir del armario. El escapismo es estar en contacto con un bloggero que parece tener el mismo problema y sirve como anclaje emocional. Nada más. El resto son montajes con música pop y risas de comercial de gaseosas para tratar el tema de la identidad sexual con una liviandad pasmosa. Se puede entender como una incursión en la temática LGTB pensada “para toda la familia” pero no es excusa para escribir mal y dirigir peor.