YO, TONYA, de Craig Gillespie.- Aborda un escándalo que tuvo en vilo a todo Estados Unidos. Tonya Harding era una de las patinadoras más prometedoras de Estados Unidos, pero su rivalidad con su compatriota Nancy Kerrigan amenazaba sus posibilidades de cara a los Juegos Olímpicos de Lillehammer. Poco antes del inicio de la competición, Kerrigan fue agredida y la sombra de la sospecha cae sobre el entorno de Tonya, desde su ex marido Jeff Gillooly hasta su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, dos chapuceros sin alma ni límites. En esta reconstrucción, que asume el trazo del falso documental, se apela a un tono de tragicomedia desbocada a para contar el calvario de una patinadora que no tenía estudio, que sólo fue preparadas para patinar, que tuvo un padre abandónico y una madre maltratadora y que cuando se casó –suele ocurrir- eligió un novio tramposo y golpeador. Nancy, su rival, en cambio venia de un hogar bien armado y era la imagen preferida de un país que exaltaba sus valores familiares. El patín artístico acaparó esos días la atención de todo el país. “Era, después del presidente Clinton, la figura más popular”, se dice aquí.
El film juega con esos contrastes. Es exagerado, manipulador, de trazo grueso, pero deja ver con crudeza la cara oculta de toda competencia: obligación de ganar, sobre exigencia de los padres, terror al fracaso, dudosos criterios que adopta y jurados y, por detrás, revoloteando, los extremos recursos de una prensa que necesita ganadores y perdedores para sostenerse. “Estados Unidos –se escucha en el film- necesita tener figuras para poder amar y para poder odiar”. Y al asistir final lastimoso de Tonya, se ve por detrás, en una pantalla, cuando O.J.Simpson era llevado preso acusado de haber asesinado a su prometida. El gran público, expresa la película, observa con igual deleite tanto la gloria como el infierno de sus campeones.