Los memoriosos recordarán aquel famoso "incidente", porque fue uno de los mayores escándalos en la historia del deporte de EEUU: a principios de los años 90, Tonya Harding era una de las patinadoras más prometedoras de su país, campeona y competidora olímpica. Harding tenía un talento excepcional, pero se hizo tristemente célebre por estar vinculada a un ataque (un brutal bastonazo en las piernas) a su principal rival, Nancy Kerrigan. "Yo soy Tonya" reconstruye los insólitos entretelones de ese atentando, pergeñado por el ex marido de Harding y su guardaespaldas, pero por sobre todo cuenta la apasionante historia de Tonya, una chica de clase baja criada a los golpes que llegó alto en el patinaje pero que nunca encajó en la elite refinada de ese deporte. El director Craig Gillespie ("Enemigo en casa", "Lars y la chica real") apela a un tono irónico y ácido —que recuerda a los hermanos Coen— para narrar esta historia, aunque a veces se pasa de registro y sus personajes se parecen más a una caricatura. Esto es lo que pasa por ejemplo con la abusiva y manipuladora madre de Tonya (interpretada por Allison Janney, que se llevó el Oscar a mejor actriz de reparto) o con su marido, un looser y golpeador rayano en el patetismo. Por otro lado es evidente que el director intenta rescatar la figura de su protagonista, mostrándola por momentos como víctima de su entorno, pero tampoco llega al extremo de ser condescendiente. Los puntos más altos de la película están en las escenas de patinaje, que tienen pulso dramático en sí mismas, y en la actuación de Margot Robbie (nominada al Oscar), que ya nos había seducido en "El lobo de Wall Street" y ahora se transforma por completo para dar vida a esta criatura feroz y contradictoria.