Sobradora, patética y canchera, la biografía de la tristemente célebre patinadora Tonya Harding solo cuenta en su favor con un par de notables actuaciones. Por lo demás, es una brusca y condescendiente comedia sobre gente horrible haciéndose cosas horribles los unos a los otros.
Hay algo irritante y molesto –al menos para mí– en propuestas como la de YO SOY TONYA. Es una cuestión de tono, una herencia del cine de los Coen (o de nuestros Cohn-Duprat) pero sin el virtuosismo cinematográfico que a los hermanos les permite salir a flote muchas veces con propuestas imposibles. Llámemoslas “películas cancheras”: sobradoras, fastidiosas, condescendientes, que se centran en un grupo de idiotas haciendo tonterías todo el tiempo para que el espectador pueda reírse de sus autoprovocadas desgracias. Es un cine, finalmente, fácil: todo consiste en guiñar el ojo al espectador y poner a ridículas marionetas a chocarse entre sí.
En el caso de YO SOY TONYA hay, sí, un par de diferencias con otras películas de este tipo y está en el cuidado y cariño que el director tiene por su protagonista y solo por ella. Más allá de su propia idiotez, lo que queda claro en el filme es que ella es la víctima de una serie de criaturas monstruosas (madre y pareja, principalmente) o estúpidas (los craneos del crimen) que le arruinaron la vida de diversas y crueles maneras. Aunque ella también hizo lo suyo, seamos claros…
Los que tienen más de 40 años probablemente recuerden el hecho por el que se hizo tristemente célebre (los que no quieran saberlo pueden considerar lo que sigue como SPOILER). Harding era una muy buena patinadora artística cuya difícil vida personal y sus gustos, estilo y modales algo bruscos de clase baja (una típica white trash) no tenían mucho que ver con la disciplina supuestamente refinada que practicaba. Tenía muchísimo talento pero en contra tenía a la elite de ese deporte que no quería ver a una chica tan poco elegante y educada como su representante olímpica. Y a su temible madre, de esos personajes tan horrendos y crueles que parecen sacados de fábulas infantiles sobre villanas y brujas.
Su gran rival era Nancy Kerrigan, muy buena patinadora pero no mejor que ella, que sí daba el tipo buscado por jueces y autoridades. Y su rivalidad era fuerte. Tan fuerte que Tonya terminó involucrada –según el filme, sin saber bien del todo cuál era el plan– en un brutal intento por lesionarla partiéndole la rodilla. Claro que su equipo (su pareja/manager y amigos) eran tan torpes que nada salió bien y Tonya terminó convertida en la villana competitiva que intentó destrozar en pedazos a su rival.
El filme de Gillespie (que dirigió la muy buena LARS AND THE REAL GIRL) intenta contar la vida de Tonya desde pequeña, usando por momentos un estilo de falso documental, con los personajes hablando a cámara recordando y comentando las situaciones, y usando textos supuestamente reales, tomados de entrevistas. Allí vamos viendo cómo la temible LaVona va llevando a su hija con su brutal y confrontativo estilo (con ella y con todos) de las narices hacia el éxito: el clásico progenitor que maltrata a su hijo/a para “sacarlo bueno” en algún deporte. Pero lo de LaVona es particularmente bestial: es una persona que jamás tiene un gesto no digamos noble sino mínimamente decente.
Para escapar de su brutal presencia, Tonya se fuga de su casa a los 15 y se va a vivir con Jeff, un chico de 19 que parece un tanto más sensato pero pronto prueba ser un abusador y golpeador tan o más temible que la madre. Pero Tonya también tiene lo suyo (no se victimiza nunca) y su relación de transforma por momentos en batallas campales de golpes, cuchillos y armas que Gillespie juega en un tono de comedia muy incómodo, llevando al espectador a ver esa situación como si fuera lo más divertido del mundo observar a dos personas de pocos recursos y no demasiada educación molerse a golpes todo el tiempo.
Y así es toda la película, una catarata de agresiones y tonterías, un plan ridículo organizado por el ser humano más idiota sobre la Tierra (un amigo de Jeff), con las previsibles consecuencias. Si la película tiene algún que otro punto a favor habría que buscarlos en las escenas de patinaje, muy intensas y bien montadas; y especialmente en las actuaciones. La australiana Margot Robbie es una tromba humana, casi irreconocible, en el papel de Tonya, llevándose el mundo por delante y chocando casi inconscientemente contra todo y todos. Y la ganadora del Oscar Allison Janney está muy bien también, pero su papel es casi una caricatura que le permite ese tipo de frases bestiales y gestos terribles que hacen ganar premios. Ya verán cuáles son.
Gillespie guarda su pequeño grado de compasión por la propia Tonya, a quien la historia dejó parada como villana y la película intenta reconvertir en víctima de una madre y un marido abusivos, además de un grupo de delirantes que los acompañan. Pero esa compasión no alcanza y se parece más a una suerte de condescendencia. Todos en el filme (también el establishment del patinaje) son odiosos y ella también lo es, solo que la película le encuentra un par de justificativos para que la entendamos. Pero es poco y es tarde. Para cuando llega su desenlace, todo en YO SOY TONYA es tan cruento y sobrador, tan patético y falso, que nos importa poco y nada la suerte de sus marionetas. Perdón, de sus personajes.