Decisiones equivocadas
Yo soy Tonya cuenta la historia trágica de la patinadora artística Tonya Harding con un tono zumbón que no le hace justicia. La salva Margot Robbie.
El cine en general y el de Hollywood en particular son ideales para narrar proezas deportivas, para capturar la épica intrínseca al deporte. Desde Rocky a Rush: pasión y gloria, pasando por Un domingo cualquiera, El campo de los sueños o incluso, por qué no, Karate Kid, son muchas las películas que encuentran la manera de emocionar contando las peripecias de los deportes más diversos: boxeo, automovilismo, fútbol americano, béisbol y artes marciales, en el caso de las películas que acabo de mencionar.
La fórmula suele ser bastante sencilla: un deportista –o un grupo, en el caso de los deportes de equipo– se enfrenta a la oportunidad de su vida, a un rival eterno o a un torneo difícil, en el que no es favorito, y después de una secuencia emocionante en el que el público “hincha” por el o los héroes, gana sorpresivamente, o quizá pierde con honores. En el medio, su vida personal suele modificarse, influyendo en su vida deportiva.
En Yo soy Tonya, el deporte es el patinaje artístico sobre hielo, y la protagonista es Tonya Harding (Margot Robbie), que en 1991 se convirtió en la primera mujer norteamericana en lograr un Axel triple –un salto muy difícil– y coronarse campeona nacional. Participó en los dos Juegos Olímpicos de Invierno siguientes (Albertville ‘92 y Lillehammer '94) en los que no logró medallas, y fue acusada de planear junto a su marido de entonces, Jeff Gillooly (Sebastian Stan), un ataque a su eterna rival, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver), por lo que fue vetada de por vida para seguir compitiendo.
La vida personal de Tonya fue complicada: abusada por su madre (Allison Janney) y también por su marido, abandonada por su padre, sin el dinero ni la elegancia necesarios como para que los jueces le permitan representar a su país –a pesar de que, técnicamente, lo merecía– todo eso conspiró para que su carrera no tuviera el brillo merecido, y después del escándalo que la alejó de las pistas para siempre, se dedicó a la lucha libre femenina.
Esa es la historia. Como se ve, es bastante anticlimática. En su última competición, salió octava, después de quejarse por un problema con sus patines. ¿Cómo contarla con épica y corazón? O, mejor: ¿tiene épica y corazón la historia de Tonya Harding? El director Craig Gillespie (Lars y la chica real), el guionista Steven Rogers (Posdata, te amo) y la productora, que es la propia Margot Robbie, parecen creer que no.
Ya con el cartel del comienzo, que vemos sobre una pantalla negra y la tos de cigarrillo de Tonya, se determina el tono burlón: “Basada en entrevistas sin ironía y salvajemente contradictorias con Tonya Harding y Jeff Gillooly”. La historia, que tiene ciertos visos de tragedia, está contada como una comedia. Incluso las escenas de violencia doméstica cortan el clima rompiendo la cuarta pared.
Ya que estamos hablando de deporte, voy a citar a Miguel Ángel Russo: “Son decisiones”. Pero esas decisiones dan como resultado una película tan contradictoria como los realizadores dicen que fueron las entrevistas con Tonya, porque aunque uno como espectador se compadezca de esa mujer que hace todo mal menos patinar, y quiera que triunfe, la película no parece compartir ese deseo; por momentos, parece que la película piensa de Tonya Harding lo mismo que esos jueces que le dicen que se tiene que vestir mejor.
Y aunque es cierto que la historia deportiva de Tonya Harding es anticlimática, tambien lo es que tuvo momentos épicos. Sobre todo el famoso Axel triple. También la rivalidad con Nancy Kerrigan, su opuesto, que proyectaba una imagen de perfección adentro y afuera de la pista. Pero nada de eso está contado con épica y corazón, porque la película no los tiene. Y no es que Gillespie sea incapaz de narrar: las escenas de patinaje están muy bien logradas y hasta parece que es la propia Margot Robbie la que logra dar esos saltos imposibles (si hay CGI o un gran laburo de montaje, no lo sé). El problema es previo y es la mirada sobre la protagonista y la historia: aunque en la película queda bastante claro que ella no fue la culpable del ataque a su rival, los realizadores, en cierto lugar de su corazón, no se lo perdonan.
Basta imaginar lo que sería Yo soy Tonya sin Margot Robbie, que hace un trabajo extraordinario y que, además, parece ser la única que se compadece de su criatura (aunque como productora no logró imponer esa mirada). Paradójicamente, es gracias a su interpretación de Tonya Harding que el tono zumbón me resultó chocante. Y sin ella, la película habría sido una tonta comedia innecesaria.