Biopic de una perdedora, de la mala de la película, Yo soy Tonya ofrece dos horas de inmersión en la historia de la patinadora que cayó en desgracia, acusada de atentar contra su rival. La interpretación de Margot Robbie, intensa, entregada, tiene buena parte del mérito de pintar la ambivalencia: una mujer hermosa y horrible, vulnerable y fuerte, bruta y talentosa. Un retrato, en fin, de una hija de un contexto, la clase trabajadora suburbana, marcado por la violencia. Desde la infancia, en manos de una madre abusiva y cruel (la ganadora del oscar Allison Janney, bastante pasada de rosca) a la vida adulta, en manos de un marido maltratador y sus compinches patéticos. Un material tan rico y lleno de contradicciones hace a una película atrapante, que sacude con su aspereza. Aunque el tratamiento, entre la comedia negra y el drama, hace pensar que no del todo convencida de cómo mirar a su criatura. Una víctima, antes que villana, a la que finalmente quiere y rescata del mismo tono burlón que parece imponerle: el mundo la hizo así.