“Y ahí empezó a golpearme, y siguió y luego todo se fue al demonio” son las palabras justas con las que Tonya Harding (Margot Robbie), patinadora sobre hielo tristemente conocida por el caso “rotura de pierna adrede de su contrincante Nancy Kerrigan”, empieza su monologo al referirse a la intensa relación con su marido Jeff (Sebastián Stan), golpeador, manipulador y mentiroso, y por supuesto cara de no mata ni una mosca. El gran director Craig Gillespie – Lars y la chica real, Noche de Miedo, Un golpe de talento– , hace un biopic memorable, lo estructura como un falso documental y describe minuciosamente a los personajes que la rodean.
Lo maravilloso es que Gillespie usa la comedia y la ironía intensa, para describir un panorama familiar siniestro. Tonya, quien se pasea con su jopo noventoso, su pantalón tiro altísimo y su chaleco de jean, patina sobre hielo desde la bronca, es atrevida y rebelde: su madre, Lavona Golden – brillante Allison Yanney- se posiciona como una de las madres más maltratadoras de la historia de cine, tiene nivel maldad Joan Crawford (Faye Dunaway) en Mommie Dearest intentando hacer que su hija sea una máquina de hacer saltos triples axel.
Lavona con su cigarrillo permanente, su mirada socarrona es la gran PROVOCADORA de la película, es la que lleva a Tonya a los cuatro años a patinar profesionalmente y la lanza – cual bola de béisbol- al mundo competitivo del deporte. El ritmo de la música pegadiza del folk punk acompaña a Tonya en varias batallas; primero contra su madre, quien tiene una lengua viperina, y luego en contra de su marido -el bigotito es tan aterrador- con quien tiene una relación basada en la “trompada” como signo de encuentro y desencuentro.
Margot Robbins, quien estuvo nominada a mejor actriz en los premios Oscars, realiza una transformación impecable- imagínense resignó sus cejas para poder parecerse aun a más la verdadera Tonya- y Gillespie inteligentísimo y hábil, usa esa tranformación y resignifica este personaje golpeado – vaya la ironía-y la transforma en una heroína. El relato vertiginoso, poderoso, busca desentrañar quién fue el culpable del “accidente” a Nancy Kerrigan, y ahí no sólo entra en acción el marido golpeador de Tonya, sino también su amigo Shawn (Paul Walter Hauser), el “Fatty Arbucle” de la historia, quien con su relato pseudo fantástico le mete más humor –negro- a esta comedia del horror.
Pero paremos aquí un poco, Yo soy Tonya se estrena justo el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer y esto es interesante, porque Steven Rogers, quien escribe la historia – también guionó la gran Posdata, te amo– realiza una descripción brutal, detallada y hasta genealógica de la violencia de género. Porque en Yo soy Tonya no sólo demuestra el maltrato de un hombre hacia una mujer, sino tambien el desaire de una mujer hacia otra mujer y encima, agravado por el vínculo. En la película Tonya no tiene paz.
La mamá de Tonya es cruel y en gran parte del metraje subestima el gran talento de la patinadora, hay una escena en donde el punto final es un nuevo comienzo para ella, un comienzo de tristeza pero de liberación. La cámara la ama, la sigue y desnuda su transformación fantástica. Celebremos películas como esta.