Siempre hay reglas
Sin muchas perspectivas de futuro ni opciones de presente, Nati (Martina Krasinsky) es una más subsistiendo en un entorno donde la violencia está más naturalizada que no llegar a fin de mes con el sueldo.
Ella y su hermano colaboran con la madre repartiendo sándwiches en moto por el barrio, pero todo eso no alcanza para pagar la deuda que la familia contrajo para subsistir mientras su padre estuvo preso. Para conseguir al menos parte de ese dinero que ahora reclama el acreedor y jefe de una banda de asaltantes, Nati lo convence de permitirle participar del próximo golpe en un restaurant; pero en parte por su carácter intempestivo, el atraco no sale del todo bien y se gana la enemistad del resto del grupo.
Con su familia desmoronándose a su alrededor y expulsada de la banda, Nati se deja llevar por su enojo. Lejos de lograr ser aceptada de nuevo, solo consigue empeorar las cosas.
Para hablar de la furia, la impotencia y la decisión de perdonar o no a quienes provocan daños terribles, ¿Yo te gusto? no le tiene miedo a meterse en complejidades y contradicciones que no le quitan lo inverosímil. Por eso Nati puede explotar con violencia en una escena y mirar con cariño sincero a su padre en la siguiente, o ser egoísta y comprensiva según su propio código lo indique en cada situación; pero si hay algo que no puede soportar es que le digan lo que puede o no puede hacer, algo que promete ser su ruina desde el primer momento.
Todo sucede velozmente en esta historia, sin mucha reflexión ni premeditación. La mayoría de los personajes están atrapados en la corriente, dejándose llevar por lo que su entorno o sus impulsos les ordenan; solo el villano (Daniel Aráoz) parece tener cierto control sobre lo que sucede, algo de poder al decidir cómo son las cosas. Tiene sentido: es el único que puede ver más allá de su supervivencia inmediata.
Es necesario intentar entender a los personajes, porque en ¿Yo te gusto? terminan siendo tanto o más importantes que la trama, una que cuando parece que arranca, se termina. En el proceso de construir ese punto de clímax que desencadena un apresurado desenlace, son esos hilos paralelos los que sostienen el interés. Aunque la red que arman no es del todo pareja, ese grupo de personajes donde ninguno es del todo querible, hace que tenga sentido.
Todo es intenso en esta historia. Camina por el borde pasándose de exagerado un par de veces sin desentonar, como si hiciera falta cruzar algunos límites para decir lo que pretende. Sin embargo, justo al tema que parece ser su mayor interés le dedica muy poco tiempo en comparación: se desvía profundizando innecesariamente en la historia de la madre de la protagonista, algo que no aporta mucho salvo mostrar el ejemplo de lo que ella no quiere llegar a ser.
La propuesta de esta película no es demasiado original pero logra darle un giro con personalidad propia, con un trabajo correcto y prolijo de realización que abarca desde las caracterizaciones o la elección de la música, hasta a la habilidad de ponerle una correa firme a la actriz que usualmente sobreactúa a los gritos pero que en este caso hace un rol más que correcto, casi sin mostrar sus habituales manierismos.