La ambición desmedida siempre es riesgosa. A Máximo Ferradás (Mariano Martínez), empresario e hijo menor de una poderosa familia de pescadores, esa ambición lo lleva al borde de la tragedia. Apurado por triunfar en el mundo de los negocios, Máximo le pide en vida a Francisco, su padre, su parte de la herencia. Eso primero lo enfrenta con su hermano y después se transforma en un trampolín al abismo: su intento de pisar fuerte en un pueblo pesquero en la Patagonia se complica muy pronto, cuando comprueba a los golpes que el mundo es más salvaje y más cruel de lo que imaginaba, sobre todo si la idea es ganar dinero rápido y sin reparar en cuestiones éticas.
Para Martínez, más habituado a lógica de las tiras televisivas, donde el actor debe apelar a la intuición y la resolución inmediata más que a la profundización en la construcción de un personaje, el papel era un evidente desafío. Lo enfrentó con convicción y, apoyado por un elenco de actores sólidos y con mucho oficio (Jorge Marrale, Sergio Surraco, Arturo Puig, Osvaldo Santoro, Adrián Fondari), consiguió un buen resultado. El maremagnum de circunstancias en el que queda envuelto Máximo (incluyendo una flamante relación amorosa) podía conducirlo al recurso de la hipérbole, pero logra resolverlo con sobriedad. Y el camino de la traición, el ocaso y la redención que recorre el protagonista se hace entonces más llano y más asequible.