“Yo, Traidor” Crítica. El precio de la culpa
El drama dirigido por Rodrigo Fernández Engler se enfoca en la posibilidad de redención ante los errores humanos.
Maria Paula Iranzo Hace 13 horas 0 31
La culpa que carcome al alma es señal de que uno ha cometido un error y es necesario enmendar, por más difícil y complicado que eso sea. Sobre estas bases se asienta Yo, Traidor, de Rodrigo Fernández Engler, uno de los estrenos de cine de la semana del 6 de enero.
Máximo Ferradas (Mariano Martinez) y Coletto (Osvaldo Santoro)
Basada en la parábola bíblica del hijo pródigo, Máximo Ferradas (Mariano Martinez) le pide a su padre (Jorge Marrale) su parte de la herencia. Esto lo llevará a querer construir su propio camino, donde se encontrará con Caviedes (Arturo Puig), un enigmático empresario; Coletto (Osvaldo Santoro), un pescador artesanal; y Maite (Mercedes Lambre), una solitaria mujer de la que consigue enamorarse. Entramados políticos y criminales opacarán su juicio y llevarán al ambicioso joven por lugares empantanados.
Con una historia ya conocida, el largometraje se sostiene por sus grandes actuaciones. Mariano Martinez supo ponerse al hombro un protagónico desafiante, tanto emocional como físico, y logra en el espectador el querer acompañarlo y que le salga todo bien.
Arturo Puig como Caviedes. Gran interpretación del actor y director de teatro
Pero también es necesario destacar el trabajo de actores como Arturo Puig y Jorge Marrale, el mal y el bien, respectivamente. Es maravilloso ver cómo esa amabilidad que tanto caracteriza al director de teatro puede ser también usada como una herramienta de inescrupulosidad extrema; en donde su mirada marca la gran diferencia entre el actor y el personaje. Por su parte, Marrale entiende a la perfección la parábola en la que se basa el film y construye desde ahí a un padre sabio y comprensivo que sin importar lo que haga y a donde vaya, recibirá a su hijo siempre con los brazos abiertos.
Filmado parcialmente en hermosos escenarios patagónicos, Yo, Traidor demuestra que siempre es posible limpiar, no solo las propias heridas, sino también la propia suciedad; lo único que hace falta es aceptar que está.