No da para sustos
El filme de Kevin Greutert prefiere los golpes efectistas que matan de miedo pero paralizan el cerebro.
Algunos de los nombres que figuran en el elenco de Yo vi al diablo (como Jim Parsons, Eva Longoria, o la protagonista, Isla Fisher) sólo pueden explicarse por la ambigua aureola de prestigio que se ha ganado el cine de terror en la última década.
Sin embargo, en este tipo de productos, nunca importa demasiado quién figura en los créditos, sino la eficacia de la propuesta. En todo caso, se puede revisar el currículum del director –Kevin Greutert, responsable de las dos últimas de la saga del Juego del miedo y de Jessabelle– y constatar que es un hombre con oficio, no un artista que tenga una visión personal del género.
Pese al título en español, que es casi una estafa, la historia se acerca a lo sobrenatural no por la vía de la religión (o la mitología, si se quiere) sino por la de la psicología y la parapsicología.
Meses después de un terrible accidente (así empezaba Jessabelle, también), Eveleigh se muda con su marido a un viñedo en un valle de California y deja de tomar las pastillas para tratar su estrés postraumático porque está embarazada.
El lugar es un paraíso, el escenario más propicio imaginable para ser feliz, pero ella empieza a tener sensaciones extrañas, visiones (Visions es el título en inglés) de una persona con capucha que la observa y de otros incidentes inexplicables.
Con un poco de sutileza y otro poco de liquid paper, el guion podría haber engendrado una buena película de suspenso. Sin embargo, Greutert parece incapaz de llegar al clímax de una escena sin un golpe bajo, uno de esos sustos que hacen saltar el corazón pero paralizan el cerebro.
Y más allá de que consigue mantener el enigma hasta los últimos minutos, pocos finales resultan tan esquemáticos y ridículos como el que propone para este fallido ensayo de ficción paranormal.