Con la belleza de un haiku
Todo en Yuki & Nina, insólita pero feliz colaboración de dos artistas a priori muy diferentes, habla de un juego de opuestos, de la convivencia, compleja pero armónica al fin, de dos mundos: Occidente y Oriente, niños y adultos, el paisaje urbano y el rural.
“La vida no es fácil, no siempre es como queremos.” Con esa realidad, que cualquier adulto conoce bien y que, expresada en voz alta, duele aún más, deben lidiar dos chicas de 9 o 10 años de edad. Yuki es hija de madre japonesa y padre francés. Las cosas no van bien y se están separando. Y Yuki, que nació y creció en París, descubre de pronto que su madre piensa radicarse con ella en Tokio. Esa noticia no hará sino fortalecer aún más su amistad con Nina, compañera de colegio y compinche de confesiones, juegos y travesuras. Poco más sucede, en términos de trama argumental, en Yuki & Nina, la magnífica película firmada a dúo por el director japonés Nobuhiro Suwa y el actor francés Hippolyte Girardot, en su primera incursión detrás de las cámaras. Pero a pesar de su sencillez esencial (o quizás gracias a ella), el film va creciendo en sensibilidad, belleza y dimensión de sentidos a la manera de un haiku.
No podía esperarse menos de Suwa, uno de los mejores cineastas japoneses en actividad, un autor por derecho propio, dueño de una obra intransferiblemente personal, que siempre supo fusionar de manera muy orgánica las influencias de la nouvelle vague con las raíces más profundas de la cultura de su país. Por eso no debería sorprender –menos aún después de Una pareja perfecta (2005), un film enteramente rodado en París, con actores franceses, pero que en nada traicionaba su extraordinaria obra anterior– que se haya animado a fusionar su trabajo y su visión con un director francés. Que ese director haya sido finalmente un actor, en su debut como cineasta, sí es una sorpresa, pero feliz: nada hay de pose, de histrionismo en esta película sino, por el contrario, la expresión sincera de una amistad y una voluntad lúdica que parece el reflejo de la de sus pequeñas protagonistas.
El film todo habla de este juego de opuestos, de la convivencia, compleja pero armónica al fin, de dos mundos: Occidente y Oriente, niños y adultos, el paisaje urbano y el rural. Salvo un breve prólogo en la campiña francesa, que tendrá su equivalente en una coda del otro lado del globo, el cuerpo mayor de la película transcurre en París hoy. Yuki y Nina son dos típicas niñas urbanas, hijas de familias de clase media, acostumbradas a vivir en departamentos y a transitar por las calles de la ciudad. Por eso cuando las chicas se escapan de sus casas y se internan en un bosque en las afueras de París, el film –sin otros elementos que no sean los que pone a su disposición el realismo– adquiere otra perspectiva: la naturaleza parece cobrar vida propia, las hojas de los árboles dan la impresión de acompañar la travesía de las nenas y la brisa que rompe el silencio sugiere los cambios de viento que sacudirán sus vidas. Hay algo de cuento de hadas, de relato encantado, que se ve reforzado por la idea del bosque como portal, capaz de abrir una brecha en el espacio y el tiempo.
Más allá de esta apertura hacia el fantástico, que en todo caso no hace sino reflejar la manera con que los niños suelen ver la realidad, se diría que Yuki & Nina es una continuación y ampliación del discurso que Suwa ya había venido desarrollando desde sus dos primeras películas, 2/Duo (1996) y M/Other (1999). Como en H/Story (2001) y Une couple parfait, aquí también el eje obsesivo es una pareja invariablemente en crisis. Con la diferencia que esa perspectiva aquí se amplía a la repercusión que la situación tiene en los hijos, como en ese notable plano-secuencia con la cámara fija –una marca de estilo en Suwa– en el que los padres de Yuki, inmersos en su propio conflicto, van abandonando a su hija en la cena hasta dejarla sola en la mesa.
Lejos del ánimo de los directores juzgar a sus personajes: en las antípodas del maniqueísmo, el film en todo caso constata la pérdida del amor de la pareja. Que como le explica el padre (interpretado por el propio Girardot) a Yuki, nunca es la pérdida del amor hacia los hijos. La bella canción tradicional japonesa que cierra el film y se escucha durante los créditos finales lo expresa muy bien: “Las palabras de mis padres/tiñen mi corazón/Aquellos que me trajeron al mundo/también dependen de mí”.