A 9 años de La mujer sin cabeza y luego de una tortuosa producción se estrena esta extraordinaria (en todo sentido) transposición de la novela de Antonio Di Benedetto con el mexicano Daniel Giménez Cacho en el papel de Diego de Zama, un funcionario del imperio colonial español apostado en la Asunción del Paraguay de fines del siglo XVIII que espera sin suerte su transferencia a un destino menos inhóspito. Una auténtica obra maestra que ratifica a la directora de La ciénaga y La niña santa como una de las grandes autoras del cine contemporáneo.
-Además, una charla con la realizadora salteña, un texto suyo y una reseña del diario de rodaje.
-Martel iba a filmar El eternauta. No pudo ser.
-Martel iba a dirigir Zama con Lita Stantic como productora. No pudo ser.
-Martel finalmente concretó Zama en un rodaje épico para el que se asociaron o aportaron una veintena de productoras y organismos oficiales y privados de casi todo el mundo.
-Martel iba a estrenar Zama en Cannes 2016. Se enfermó. La posproducción se suspendió varios meses. No pudo ser.
-Martel iba a presentar Zama en Cannes 2017. Pedro Almodóvar (uno de los múltiples coproductores) fue designado presidente del jurado. No pudo ser.
-Martel iba a participar con Zama en la Competencia Oficial de Venecia, pero la miopía -otra vez- de los programadores de los festivales grandes la confinó a una de las proyecciones fuera de concurso.
-Agosto de 2017: se estrena Zama en la Mostra y es una obra maestra.
Este preámbulo, que poco tiene que ver con una crítica pura, sirve para comprender las condiciones en que se hizo, se posprodujo y se estrenó Zama. Hubiésemos querido que su concreción le trajera menos complicaciones a esta directora exigente y perfeccionista, pero sin caer en analogías baratas resulta pertinente trazar cierto paralelismo entre la espera de Martel y la de Don Diego de Zama, el corregidor (un asesor letrado a cargo de funciones administrativas) que aguarda que el Gobernador se digne a enviarle una carta al Rey para que éste disponga su transferencia. Es que lo que iba a ser una corta estancia en la Asunción de 1790 se transforma en una tensa, cada vez más angustiante e insoportable espera alejado de su esposa y sus hijos que lleva más de 14 meses y sin que el trámite burocrático avance.
¿Qué decir de Zama sin que suene presuntuoso o exagerado? Uno podría establecer conexiones con la obra de Terrence Malick, de Werner Herzog, de John Ford, de Claire Denis, pero el cine de Martel es único, intransferible, inimitable, incomparable. También podríamos hablar de la belleza, de la multiplicidad de elementos y matices que hay en cada plano de Zama, en el soberbio trabajo visual tanto en interiores como en exteriores de Formosa y Corrientes en colaboración con el director de fotografía portugués Rui Poças (Tabú, O Ornitólogo), en las múltiples capas (y efectos) de sonido elaboradas con Guido Berenblum, en el trabajo excepcional con el fuera de campo, con la voz en off, con la música, pero cada obra de la realizadora argentina es mucho más que la suma de sus partes. Hay algo del orden de lo metafísico, de lo sensorial (las películas de Martel hasta se “huelen”) que trasciende las fórmulas del cine narrativo y de la construcción dramática convencional.
Sensual sin mostrar demasiado (insinuar y escatimar es una de las grandes artes del cine voyeurista de Martel); promiscua en más de un sentido (una llama puede aparecer en el plano respirándole en la cara a un personaje); política en su exploración del colonialismo sin caer jamás en el maniqueísmo ni el subrayado (las diferencias de clase, el tráfico de esclavos, el poder de la Iglesia están siempre en un conveniente segundo plano); con un fascinante pero nunca intrusivo ni pintoresquista uso de las tradiciones y costumbres indígenas; con una mixtura de razas, lenguajes y acentos; con un “malvado” tan elusivo y mítico como Vicuña Porto (el brasileño Matheus Nachtergaele), Zama se consolida durante sus primeros 90 minutos como un drama existencialista sobre el (no) paso del tiempo para en la brillante media hora final convertirse en un western alucinatorio.
Daniel Giménez Cacho está impecable como ese hombre bastante patético que duda, sufre y espera, al que nadie parece respetar demasiado. Él es el corazón de una historia que contó con un elenco multinacional en el que aparecen desde la española Lola Dueñas (una Luciana Piñares de Luenga adicta al brandy) hasta los argentinos Juan Minujín, Rafael Spregelburd y Daniel Veronese. Poco importa si hay alguna concesión en ciertos acentos o términos que se utilizan o en ciertas licencias de la imponente reconstrucción de época: no estamos aquí ante una película de qualité que intenta recrear todo a la perfección. Zama es una película brillante que Martel hace 100% suya a partir de una novela ajena e “infilmable” como la Antonio Di Benedetto. Solo cabe esperar que la cinefilia de todo el mundo (está claro que no es un film masivo) la rescate y defienda como se merece para que la realizadora salteña no tenga que esperar casi otra década para volver a deleitarnos con su arte.