La dulce espera
La espera terminó. Tras nueve años sin estrenar, Lucrecia Martel, la directora argentina de mayor respeto tanto a nivel local como internacional presenta su nueva película, basada en la novela homónima de Antonio di Benedetto. Producida por Pedro Almodóvar, Alejandro Cacetta, y Danny Glover, entre otros nombres muy conocidos, finalmente llega a las salas argentinas.
La película cuenta la historia de Diego de Zama (el mexicano Daniel Gimenez Cacho), un funcionario de la corona española que espera su dilatado regreso a su patria en una colonia olvidada a orillas del río Paraná. El hombre acepta una última misión del gobernador con el fin de trucarla por su anhelada vuelta.
La novela de Antonio di Benedetto, considerada por varios cineastas imposible de filmar, se vuelve ideal para el ojo cinematográfico de Martel, una experta en construir atmósferas densas y cargadas de claustrofobia. Su film es intimista, transcurre bajo el punto de vista de su Don Diego de Zama, un hombre condenado en vida a soportar la decadencia y el sin sentido de la ocupación española, mientras sueña con su patria idealizada.
Hay un trabajo exquisito sobre la temporalidad y el espacio, muy bien trabajados por la directora de La niña santa (2004). Paredes derruidas, iluminación lúgubre, y un calor agobiante, se perciben en pantalla como un calvario interior del personaje. Los misterios surgen del fuera de campo, los sonidos dan paso a imágenes sugestivas que representan un miedo latente de manera onírica. Martel se limita a la puesta de cámara, sonido ambiente y música incidental -elaborada con instrumentos de viento-, para encerrar al protagonista en su deteriorado microcosmos.
El río como salida está al alcance del personaje. Se ve en cada oportunidad pero no deja de ser un imposible. Su impotencia se expresa alegóricamente por animales: cada vez que el protagonista encuentra una negativa del gobernador para su viaje una llama, un caballo, pescado (bagre), o gallina; circulan fuera de foco el cuadro. Su lado salvaje es sepultado por el hombre en su afán de civilización. Una civilización en permanente deterioro desde su gestación.
Zama (2017) demuestra la inteligencia de Lucrecia Martel para diseñar las escenas quirúrgicamente y plasmar su visión particular de la historia. Un cine cargado de violencia contenida que vuelve inquietante la pasividad narrativa y que encuentra, en esta película, su punto más alto. La larga espera para volver a reencontrarnos con su cine valió la pena.