Una fábula que refuerza valores
Desde un país del Hemisferio Sur, con una fuerte apuesta creativa pero sin los recursos de Estados Unidos, llega Zambezia 3D, una película que, como la argentina Metegol procura competir en el mercado de animación para un público familiar, con un producto de bajo presupuesto en comparación con otras de su tipo: los mismos 20 millones de dólares que invirtió nuestro Campanella.
Del mismo modo, Wayne Thornley trasladó paisajes, personajes y sonidos de su tierra, Africa, para brindar un mensaje acerca del compañerismo y el trabajo en grupo para llegar al bien común y encontrar la paz.
A diferencia del producto nacional, el sudafricano desarrolló un cuento que encuentra muchos puntos en común otros ya vistos. Algo de Buscando a Nemo, un poco de Río y unas dosis de Ga'Hoole.
De allí que Zambezia se advierta como una película que brilla en el uso de las alternativas del 3D para mostrar la espectacularidad de paisajes en planos amplios, los vuelos en secuencias vertigionas y los escenarios ricos en detalles, pero se opaque por su escasa originalidad en términos de historia.
Ambientada en la zona de las cataratas Victoria, un espectacular salto de agua del río Zambeze en la frontera entre Zambia y Zimbabwe, Zambezia cuenta acerca de joven halcón Kai, huérfano de madre y sobreprotegido por su padre, quien lo aisló del resto de la fauna de la región.
Pero un día --siempre hay uno-- un vieja zancuda que va camino al viejo árbol de Zambezia, la ciudad de las aves, procura salvar a un nido de las garras de los marabúes, pasa por el hábitat de Kai y le deja algo más que plumas: la curiosidad por conocer ese maravilloso mundo donde los más fuertes defienden a los débiles.
¿Por qué su padre le ocultó la existencia de ese paraíso? Kai deberá averiguarlo rompiendo las reglas impuestas y conociendo a personajes como Zoe o Sekhuru, pero enfrentándose también a peligros, como el que acecha detrás de las intenciones de la iguana Budzo.