Debut en animación de artistas sudafricanos
La historia es sencilla, colorida, y medianamente remanida. Un joven halcón peregrino vive aislado con su padre en algún lugar pedregoso de la gran sabana, hasta que se entera de la existencia de una ciudad de pájaros en pleno rio Zambeze. Hacia allá va, desoyendo toda advertencia. La ciudad es una maravilla organizada en el tronco de un enorme baobab que creció en un lugar inexpugnable, al borde mismo de la gran catarata. Allí hay aves de toda especie, fiestas, bailes, competencias, visitas guiadas, una linda pajarita blanca, una flotilla de "Hurricanes" integrado por los ejemplares más veloces para protección del lugar, etcétera.
Sólo que aquello de inexpugnable es relativo: el lider de la defensa es un soberbio desquiciado, y, cerca de allí, un lagarto gigante está planeando toda una invasión en la que usará como punta de lanza a los impresentables, resentidos y nada lúcidos marabúes. No hay nada que hacer, el único Marabú como la gente era aquel de calle Maipú donde tocaba Aníbal Troilo.
A propósito, la banda sonora de "Zambezia" suena bastante bien (Bruce Retief y Gang of Instrumentals a la cabeza), pero sin ningún tema realmente sobresaliente. Tampoco sobresale demasiado la película, salvo para los sudafricanos. Se trata del primer largo de dibujos animados sudafricano, casi enteramente hecho por artistas locales, desde el dibujante Lindsay Van Blerk y el director debutante Wayne Thorney en adelante, con un equipo donde se entremezclan Nkululeko Buthulezi, Hendrick de Villiers, Karen Botha, Mbongeni Mazibuko y, entre otros, un tal Mohamed Dreyer (¿resultado de la globalización o broma de conocedores?).
En el dibujo, el padre solitario y otros animales comprenden el valor de la unión. La moraleja parafrasea una famosa frase del poeta John Donne, "Ningún hombre es una isla". Se aplica también a personas tan diversas que hasta hace pocos años, en ese país, jamás hubieran trabajado codo a codo.