Un país, su animación y su discurso
¿Por qué es que un film animado infantil como Zambezia llega a los cines en la tercera semana de agosto? Estamos hablando de que se estrena en un momento donde los chicos han retornado a la escuela luego de las vacaciones de invierno, con lo que debería producirse un milagro (que implique bastante más que una buena recepción por parte de la prensa) para que termine rindiendo de forma decente. Que esta película quede programada en esta fecha difícilmente tenga que ver con una decisión unilateral por parte de la distribuidora. Tiene que ver con un contexto de altísima competencia entre tres o cuatro gigantes en el rubro, que se imponen monopólicamente. Ocurrió este invierno no sólo con Monsters University y Mi villano favorito 2, sino también con un film argentino como Metegol, que tuvo a su director lloriqueando porque no podía hacer publicidad en Disney Channel, pero no pareció preocuparle el ahogar toda chance de que aparezcan otras opciones, invadiendo el mercado con más de 250 copias en el momento de su apertura. ¿Los tres tanques antes mencionados no podían haber llegado con algunas copias menos, permitiendo que Zambezia también tuviera la posibilidad de pelear el público de las vacaciones de invierno? Tengamos también en cuenta que algo similar le sucederá a un film argentino (que incluso tiene el apoyo de la TV Pública) como Caídos del mapa, que terminará estrenándose a finales de septiembre, otro momento muy poco propicio para atraer a las audiencias infantiles y juveniles. Otra muestra de que hay muchas cuestiones vinculadas a la distribución que siguen con una discusión (y sus consecuentes acciones) pendiente.
Es casi inevitable reflexionar sobre Zambezia vinculándola a su origen, ya que es un exponente de un país como Sudáfrica, que en los últimos tiempos se ha ido consolidando como el principal promotor de la animación en el continente africano. Más aún porque es un film que se piensa a sí mismo en referencia a su país. Hay, es cierto, un relato que atraviesa casi todos los lugares comunes posibles: un joven halcón que va contra los consejos/imposiciones de su padre y abandona el nido, buscando una ciudad de aves llamada Zambezia y realizando el típico camino del crecimiento, conociendo seres nuevos, adaptándose a una vida totalmente distinta, descubriendo aspectos de su origen que desconocía, superando las diferencias con su progenitor y cerrando las heridas producidas por la pérdida de su madre. Pero no deja de ser interesante cómo la comunidad que da nombre a la película constituye un lugar donde se da la oportunidad de la unión entre los diferentes, funcionando como metáfora del proceso post-apartheid que se dio en Sudáfrica a partir de la asunción de Nelson Mandela. Que el villano sea una iguana que afirma que Zambezia es un sitio peligroso, una abominación de la naturaleza, refuerza este concepto.
Lamentablemente, a Zambezia le falta pericia no sólo técnica (el 3D se justifica apenas en algunos momentos, a través de planos generales que resaltan el paisaje africano) sino principalmente narrativa para cimentar sus ideas. El diseño de los personajes es deficiente y nunca pasa del lugar común; la historia avanza en muchos pasajes a los tropezones; los toques humorísticos son forzados y casi nunca causan gracia; y la película necesita demasiado de las palabras porque no encuentra una vía visual para imponer su discurso. Y a pesar de que muestra más capacidad que una película como Metegol para construir un universo con reglas propias y verosímiles, no llega a incluir de manera cabal y suficiente al espectador en su mundo.
Zambezia, con su cuento que quiere ser grande y trascendente, pero que nunca sale del diminutivo y la moraleja obvia, es un claro ejemplo de las complejidades que implica el género de animación infantil. A pesar de sus desniveles, la tradición hollywoodense continúa como clara dominadora del terreno.