Los camaradas del aire
África, animales parlantes, un padre y su hijo, un villano de cuatro patas, música típica, colores brillantes: ¿vuelve El rey León? Por suerte, Zambezia no vende, como la venerada película de Disney, ni la filosofía determinista del "círculo de la vida" ni el hedonismo pueril del "hakuna matata". Todo lo contrario: este filme sudafricano, sin pretensiones artísticas hiperbólicas, apuesta amablemente por la aventura política y el heroísmo colectivo. Zambezia es una introducción rudimentaria para niños menores de 10 años a la utopía. "No es un lugar, es una idea" es la máxima abstracción.
Kai, un halcón y su padre Tendai viven apartados de las aves. Tendai, un viejo guerrero, esconde un secreto y le pesa la ausencia de su esposa. Kai, que vivió sin madre casi toda su vida, aprende todo de su padre, que lo sobreprotege obsesivamente. Hay que volar bien y vigilar constantemente, pues el mundo no es un lugar amable. Y así será hasta que Kai se encuentre por azar con otras criaturas voladoras y le den noticias de "Zambezia", la polis donde todas las aves viven en armonía y donde están "los huracanes", una flota de halcones que defiende ese paraíso de las amenazas de especies sin alas.
Para Kai, "Zambezia" y sus valientes guardianes serán una promesa y un destino. Dejará a su padre y se unirá a un grupo de pájaros que se dirigen a la ciudad prometida. Ahí se le revelarán asuntos familiares e inmediatamente tendrá que hacer frente a un golpe de Estado perpetrado por la iguana Budzo, que cuenta con la ayuda de los marabúes, la única especie voladora expatriada de la república utópica de los pájaros.
Se dirá que, después de Pixar, este filme es vetusto, y no faltará quien celebre, por comparación, la reciente presunta proeza futbolera nacional animada en 3D. Sin embargo, el cuidado de Wayne Thornley y su equipo por capturar el vuelo de las aves, la atención puesta en los colores y la simpatía de algunos personajes están a la altura de las circunstancias.
Esta lección introductoria al espíritu de camaradería no vendrá a revolucionar la animación, pero su nobleza es una rara avis en una cultura global animada donde los niños suelen ser rehenes de cosmovisiones menos simpáticas y, secretamente. prepotentes.