Secretos y mentiras
Esta nueva película del director de El cuarto de Leo tenía unos cuantos elementos para resultar un interesante thriller político, en la línea de los clásicos del género de Costa-Gavras o Alan J. Pakula, pero termina siendo un fresco de época bastante torpe y recargado, plagado de diálogos solemnes y de un didactismo ramplón, como si no se creyera demasiado en la capacidad de interpretación de un espectador al que se le debe dar todo demasiado masticado y subrayado.
Basado en un caso real e inspirado en crónicas periodísticas, el film reconstruye la denominada Operación Zanahoria en octubre de 2004. A pocas horas de la elección presidencial que depositaría por primera vez al Frente Amplio en el gobierno nacional, dos periodistas de un pequeño semanario de izquierda son abordados por un misterioso informante (un ex agente del servicio de inteligencia del ejército interpretado por César Troncoso) que asegura tener pruebas sobre crímenes cometidos durante la dictadura militar (incluidos datos sobre los lugares donde han sido enterrados y luego exhumados los restos de decenas de detenidos-desaparecidos).
Los protagonistas, un veterano periodista con pasado militante (Abel Tripaldi) y un recién llegado a la profesión (el argentino Martín Rodríguez), abandonan por un tiempo la cobertura de las elecciones y a sus círculos íntimos para embarcarse en un viaje oscuro y sinuoso, lleno de oscilaciones, de idas y contramarchas, de dudas, miedos, secretos y mentiras.
El problema de la película es que, cuando debe concentrarse en la creación de climas y en la construcción de la tensión y la paranoia, cede a la tentación de ser demasiado explícito, obvio y, así, el misterio se desvanece. Más allá de su cuidado formal, y de las buenas intenciones de combinar lo político con elementos del cine de género, resulta -en definitiva- un film bastante fallido.