La ciudad vista desde sus márgenes
A la manera de una radiografía social, Zaneta exhibe la discriminación del pueblo romaní en tierra checa. Y se atreve a convivir con ese dolor, de miseria planificada, que provoca tensión e incertidumbre. Un acierto la estética despojada.
La televisión se mete en el hogar. Allí, los gitanos son retratados desde los gritos de odio de sus vecinos checos, quienes se arrogan la pertenencia superior. Las cámaras registran desde una "objetividad" discutible, que acentúa agresiones, mientras una mujer se atreve a enfrentar y, acá lo más sorprendente, las gitanas que miran la noticia ríen ante el atrevimiento. "Seguro está borracha", dicen.
El realizador Petr Václav se ha sentido conmovido por el maltrato que recibe la comunidad romaní en su país, y es éste el afán que moviliza a Zaneta. El desprecio hacia el "otro", además, no es exclusivo de la República Checa, sino que toca a toda Europa, a América y, para más datos, basta con recordar dichos peligrosos de políticos locales. Es por eso que Václav sitúa su cámara al lado del perseguido, del marginado, convive con ellos, sobrevive a la miseria planificada, y no duda en dar con las contradicciones.
Zaneta es una mujer joven, madre, en plan de preservar lo poco que tiene, en equilibrio con un marido también en desgracia. El trabajo no aparece, las oportunidades son escasas y precarias. Una hija adolescente, otra más pequeña, acentúan las preocupaciones, mientras la crisis somete a la pareja a decisiones casi límites. Los lugares donde dormir son de familiares o consisten en hacinamientos espantosos, así como hirsutos son los ámbitos por donde discurre la historia; es decir, la imagen que prevalece a lo largo del film es la del suburbio, sin arquitectura urbana o placer paisajístico, antes bien desde la periferia, como un mundo alterno que se sabe presente pero que la urbe ignora.
El inicio mismo de Zaneta es profético, o por lo menos premonitorio. El médico le dice de a la protagonista que debe saber sobre la historia clínica de sus padres: así es cómo puede uno conocer su propio organismo y averiguar cuándo y de qué va a morir. La metonimia alude, por otra parte, a las justificaciones "teóricas" con las que se persiguiera a judíos y otras comunidades; entre ellas y desde siempre, a los gitanos.
Al respecto, Zaneta recuerda, tal vez involuntariamente, al gueto de Theresienstadt, promovido como una especie de "tierra prometida" por los nazis durante la ocupación de Checoslovaquia. Sobre ese lugar infernal y su último sabio judío, Claude Lanzmann filmó su admirable El último de los injustos (2013). Y la relación viene a cuento, ya que no han pasado tantos años de aquello. Basta ver y oír el desdén sobre quienes no son oriundos para pensar y temer cómo los odios se perpetúan bajo diferentes máscaras.
Las contradicciones aludidas tendrán que ver, entre otras cosas, con un machismo que se respira de manera peligrosa, entre propios y ajenos. Por otra parte, la solidaridad entre los marginados parece diseminada, como si se trata de un recuerdo de otras épocas, de otro cine. La perspectiva es amarga, no puede haber un cierre que concluya el film, sino sólo puntos suspensivos.
Ayuda, a tal fin, una estética despojada, sin adornos. Hay momentos de tensión, de robo desesperado, de miedos terribles, de insultos y cariños familiares, de dignidad que no vacila. Si bien Zaneta elige reír cuando descubre que su cartera fue robada, no faltarán los momentos en donde es la incertidumbre la que impregna a la película.