Zenitram

Crítica de Carlos Herrera - El rincón del cinéfilo

Luis Barone, quien no pudo estrenar, hasta ahora, a su quinta y excelente realización “El tigre escondido” (2003), que sólo fue proyectada para un sector de la crítica especializada porque en su elenco figura el actor y bailarín Omar Chabán, llega ahora, casi el mismo día de su cumpleaños, con su sexta obra cinematográfica, en el género de la comedia fantástica en coproduccción argentino-española basada en la historieta de Juan Sasturain y con la que ganó el Concurso del Bicentenario que fuera convocado por el INCAA

La historia, con una fuerte impronta bizarra, cuenta cómo Rubén Martínez, que ha tenido un día en el que todo le ha salido mal, entra a los míticos baños de la estación de trenes de Constitución sin preocuparse demasiado porque total, ya no tiene nada para perder. Pero sorpresivamente se le aparecerá un etéreo personaje sin nada de angelical que en una vertiginosa escena de “anunciación” le revelará que ha sido elegido “divinamente” para transformarse en el héroe con poderes especiales. Zenitram (Martínez al revés), que hasta puede volar, siempre y cuando tome la energía que tiene latente en sus genitales, donde pareciera estar el poder de los argentinos.

De ahí en más al primer héroe volador argentino, se le dará vuelta, además del apellido toda su vida, de ciudadano casi marginal pasará a ser una personalidad buscada por el mismísimo Presidente de la Nación, por poderosos empresarios extranjeros, por una mujer en la que él está realmente interesado. Será idolatrado por las masas populares argentinas y contenido a medias por sus amigos y su reducida familia. A todo les conviene de una manera u otra estar cerca de este personaje con semejantes poderes como para arreglarles a ellos, de manera perfecta, la vida.

En el guión (escrito por Barone, Juan Sasturain y Jesús de la Vega, con la asistencia de Liliana Escliarr), la ironía está presente a lo largo de toda la trama. Si bien están ambientadas en el 2025 la vigencia de las situaciones juega a favor de los gags que se suceden a lo largo de toda la proyección, el espectador se divierte con escenas que quizá él mismo vivió ese mismo día en la vida real, el metamensaje de que nunca nada cambiará para los argentinos es contundente, pero con el ritmo de la comedia resulta mucho menos doloroso.

El protagonista vuela, pero no es un dibujo animado, por lo tanto los efectos especiales fueron indispensables y están presentes a lo largo de toda la historia, aunque la factura técnica no se destaca precisamente en el montaje.

El elenco fue producto de un buen casting, todos los actores dan el physique du rol adecuado, lo que les facilitó la tarea a la hora de actuar sin esforzarse por componer. Juan Minujín como el protagonista tiene y aprovecha la oportunidad para desplegar todos sus recursos como actor y logra al clásico argentino que toma con naturalidad y cierta torpeza el cambio de rumbo de su vida. Luis Luque, en el personaje del periodista que siente que a él también le ha llegado su golpe de suerte, transmite esa dicotomía tan argentina de pregonar el bien pero no siempre optar por él. También se lucen Daniel Fanego como el Presidente Orozco (¿uno de los monos de la famosa canción?) y Jordi Mollá en su rol de un inescrupuloso empresario español. Llama la atención por su particular figura y acento el actor cubano Steven Bauer a quien hemos visto en “Traffic” (2000), “Scarface” (1983) y en muchas otras producciones incluidas sus participaciones en la serie televisiva “La ley y el orden”. En pequeños roles, casi paneos, se ve a José María Muscari, Edda Bustamante y Sandra Ballesteros.

Si bien se trata de una coproducción, esta es una obra con un contenido argumental netamente argentino. El Presidente busca un mediático que no sea discutido por las masas, el empresario español no quiere que se conozca que su único interés es recaudar una importantísima cantidad de dinero mediante la explotación de un recurso que no le pertenece. Zenitram es el clásico habitante de Buenos Aires, convencido de que se lo ha elegido por ser el mejor, por lo tanto su necedad se prolongará hasta que la realidad lo golpee cruelmente.

La conclusión sería que los argentinos no podemos o “no debemos” volar y quizá sea una de las cosas a favor de los habitantes del país de los cuatro climas que por siete años, a principios del siglo XX, fue el granero del mundo.